26 noviembre 2011

La bellísima y desconocida costa uruguaya

Con mucha pena dejé atrás Brasil para seguir mi ruta al Sur. La siguiente parada era (de hecho lo está siendo) Uruguay, un país tranquilo y buena antesala de Argentina. Tras otro viaje maratoniano en bus llegué a medianoche a Chui, una ciudad frontera que en la parte brasileña se llama Chui y en la uruguaya Chuy. Deambulando por sus oscuras calles me topé con un motel abierto. Tenían cama libre, y aun su ruinoso aspecto, me dejé seducir por su precio. Me metí en la cama apestosa a naftalina agotado, esperando conciliar rápidamente el sueño, pero los gemidos que procedían de la habitación de arriba y los ronquidos inhumanos del vecino de la habitación de al lado me dejaron en vela un buen rato. Se ve que en estas latitudes también cumplen a raja tabla el lema de “sábado sabadete…”. A la mañana siguiente cogí un bus dirección al Sur.

La primera parada fue Punta del diablo, un pueblecito de lo más normal que se llena en el verano austral (enero y febrero). Como aún no estamos en temporada alta, encontré un acogedor y barato hostal donde quedarme: La casa de las boyas. Los dueños fueron muy simpáticos conmigo, y aquí empecé a valorar hablar un mismo idioma. Ciertamente, tantos años de dominio, conquista y exterminio dieron como mínimo un precioso fruto que es una lengua común, el español, que me está permitiendo conocer un país que hasta ahora era enigmático para mí. En Punta me quedé tres días, que actuaron en mi cuerpo y mente como un bálsamo. Aproveché para leer, pasear y sobre todo descansar. En el pueblo todavía no hay ni un alma, y las pocas personas que se ven por la calle están afanándose en preparar los negocios antes de que llegue la horda de turistas. A pesar de que no tuve buen tiempo, me gustó mucho el lugar, ya que el cielo gris, la fuerza del mar y la soledad de las playas me recordaron mucho a la última escena de la película The Road. Hice un picnic en una laguna que tiene el agua negra y poderes sobrenaturales (según la gente del lugar) y caminé por kilométricas playas solitarias, donde me encontré varias focas y otros animales muertos. Probé mi primer bocado de un Olímpico y un Chivito (dos tipos de bocadillos); bebí mi primer mate y desayuné mi primer dulce de leche. Me da la sensación de que voy a comer mejor a partir de ahora, aunque extrañaré los zumos que tomaba en Brasil.

Y como los días pasan y el tiempo apremia, hice de nuevo los bártulos y tras conectar varios buses locales y un jeep me planté en la siguiente parada: Cabo Polonio. Aquí sí que es para quitarse el sombrero y ponerse a aplaudir. Me explico. Cabo Polonio es un conjunto de casitas muy monas que se construyeron en un cabo, como su propio nombre indica. Sólo se llega con transporte local (unos jeeps gigantes en que la gente va enlatada como cerdos), no hay electricidad y un pintoresco faro preside el pueblo. En el verano también se llena de turistas, pero mucho menos que en La punta del diablo, y me comentaron que algún famosete hippie y hasta Jorge Drexler tenían casita aquí. La verdad es que es el lugar ideal donde retirarse una temporada para escribir un libro o prepararse unas oposiciones. La gracia del lugar es que no tienes absolutamente nada que hacer, excepto pasear, dormir o leer. La máxima atracción del lugar es una colonia de lobos marinos a la que te puedes acercar como si estuvieras en el zoo. Así que los tres días que me pasé en el Polonio hice lo propio: leer, tomar el sol, conversar con otros (pocos) viajeros y presenciar la puesta de sol más bonita de mi vida (ver fotos del Picassa). Aquí, como ya me pasó en La punta del diablo y en Brasil, fui atacado un par de veces más por pájaros, y descubrí que los protagonistas de la película pertenecen a una especie llamada Tero.

En el Polonio conocí dos argentinos y dos holandeses muy majos. No intimamos gran cosa, pero nos hicimos algo de compañía. Otro día lo pasé con Jordi, un joven de Manresa que está viajando por la zona antes de empezar su intercambio en Chile. Me gustó pasear con él por la playa y poner en común las sensaciones que teníamos del lugar y el país. Muy a mi pesar, y básicamente porque no tengo libro que escribir ni doctorado que presentar, dejé atrás este paraíso en la tierra para viajar hasta Montevideo, la capital del país. Lo que hay en esta apacible ciudad y lo que estoy haciendo, lo dejo para otra entrega.

PD. La tranquilidad y quietud de estos dos destinos cuando no es temporada alta, contrasta con Punta del Este, el balneario de Sudamérica. Esta población, primero ocupada por argentinos y ahora por gente de bien de todo el continente, es uno de los enclaves turísticos más visitados del continente y sin duda el más concurrido de Uruguay.


Lo mejor de la costa noreste de Uruguay
La tranquilidad que se respira desde marzo hasta noviembre
El paisaje de playas kilométricas
Poder ver animales como lobos marinos o pingüinos estado salvaje. Según el mes también se ven ballenas
La amabilidad de la gente de la zona
La claridad con que se ven las estrellas de noche

Lo peor de la costa noreste de Uruguay
Difícil acceso, sobre todo a Cabo Polonio
Falta de comodidades básicas, como agua caliente o electricidad (en Cabo Polonio)
Poca variedad de alojamiento y gastronómica
Precios bastante altos en general

Precios de la costa noreseste de Uruguay: (1€=26 Pesos uruguayos)
Una noche en hostal con desayuno includio: 300 Pesos
Cenar un plato de pescado, con bebida: 200 Pesos
Libros de oferta: 80 Pesos cada uno
Hamburguesa de pescado y cerveza: 110 Pesos

Conclusiones de Brasil

Después de algo más de dos meses recorriendo de norte a sur el país, creo que he aprendido algunas cosas sobre Brasil. La primera es coincidir plenamente con Tom Jobim, quien muy astutamente decía: “Brasil no es para principiantes”. Este es un gran país en todos los sentidos. Su tamaño da escalofríos. Siempre que subes a un bus sabes que te esperarán una media de 18 horas de viaje. Tantos kilómetros cuadrados dan para que dentro de una misma frontera haya paisajes rurales, urbanos y sociales bien distintos. En Brasil hay selva; desiertos; grandes pantanales; playas kilométricas desiertas y llanuras. Climas diferentes y hasta tres husos horarios. También cohabitan diferentes razas, desde las amerindias de estados como Amazonas o Rondonia a las más arias y europeas del sur. En la costa, sobre todo a la altura de Salvador de Bahía, hay negros africanos, y los mulatos se distribuyen por doquier. Recién leí que Brasil es el país con más negros del mundo tras Nigeria y con más japoneses después de Japón. Ahí es nada.

El brasileño medio es simpático y buena gente, como el resto de mortales. Me he encontrado a muchos que se han desvivido por ayudarme a encontrar un sitio o para indicarme una parada de autobús. Pero también me he cruzado con muchos otros que ni me han mirado o que han pasado de mí al ver que era gringo. Aunque para ser justos, creo que abunda más la primera clase que la segunda.


Lo que me ha quedado claro es que todos llevan en los genes dos cosas: ritmo y jeitinho. El ritmo, que se puede sentir en cada rincón del país, parece que es mucho más natural entre los descendientes de africanos y mulatos, pero lo del jeitinho es transversal. El jeitinho se podría traducir como “jeta” en el buen sentido de la palabra. Es la manera de salvar situaciones complicadas, embarazosas; es una manera de afrontar la vida. Hay jeitinhos agradables y loables, y otros que pueden crispar a un occidental acostumbrado a no salirse de la línea. El jeitinho llevado al extremo se puede confundir con corrupción. O lo que es lo mismo, que ellos, los brasileños, confundan algunas corruptelas con tener jeitinho.

También me ha parecido que es una sociedad bastante patriota; todos se declaran brasileños, sin fisuras. Pero aunque a priori formen una cultura inclusiva, aún hay racismo. Los blancos siguen ocupando, generalmente, los puestos de poder. Viven en lujosos barrios y tienen acceso a una educación y sanidad de calidad (privada). Y la mayoría de negros o mulatos, en cambio, están casi siempre dotados de cuerpos perfectos y sentido del ritmo pero ocupan casi siempre la franja más baja de la pirámide. No quiero que se me malinterprete: en Brasil no hay ningún apartheid, pero si tuviera que hacer un análisis chapucero sin estadísticas y con la percepción como único argumento, esto es lo que diría.

De los brasileños me ha encantado su actitud alegre ante la vida a pesar de sufrir problemas graves, sus ganas de progreso y su buen humor. También la variedad racial, la forma de hablar y la intensa manera con la que viven la música (en especial el carnaval) y el futbol. Y del país, me ha seducido el gran contraste de paisajes y climas, así como la gran variedad de frutas (y zumos) que hay. Respecto a la economía, aquí las cifras no engañan. Brasil es una auténtica locomotora que está creciendo con una fuerza incontrolable. Todos los sectores están en auge, y no es nada extraño encontrar europeos (sobre todo españoles, y más en concreto arquitectos) que han elegido el país como salida a la crisis. Lula, heredero de las reformas de Cardoso, ha situado el país en el mapa del mundo, lo ha colocado en el tablero de juego, y ha devuelto (o dado por primera vez) autoestima a los brasileños. Es una incógnita aún saber si tanta fuerza e inversiones acabarán dando sus frutos o si la corrupción y la falta de trabajadores cualificados convertirán este auge en un bluf.

Dejo Brasil con mucha saudade, pero con una idea en la cabeza que antes ni existía: no sería nada desorbitado que se convierta en mi hogar en un futuro cercano. Motivos y ganas para que eso ocurra, sobran.

21 noviembre 2011

Florianopolis, Santa Caterina (¿Europa?)

Subí a un lujoso autobús de la compañía Itaperimim un martes gris al mediodía en la ciudad más emblemática de Brasil, Rio de Janeiro, y bajé de él a la mañana siguiente en otra ciudad que aunque está dentro del país no parece en absoluto brasileña, Florianopolis. Floripa, como la llaman los locales, es la capital de uno de los estados más meridionales del país, Santa Caterina, y por ende de los más desarrollados. La mitad de esta ciudad está en la parte continental, y la otra mitad en una isla conectada por dos puentes. La isla de Santa Caterina tiene unos 50 kilómetros de largo por unos 18 de largo, y orográficamente se parece bastante a la isla de Lost (Perdidos). Hay montañas boscosas; lagunas; playas desiertas y gente con mucho dinero.

La primera noche me alojé en el youth hostel del centro y paseé por la apacible ciudad. Los parterres están cuidados; la gente hace cola ordenadamente; no hay papeles por el suelo, ni mendigos; tampoco hay contaminación acústica y parece que todos los ciudadanos lleguen sobradamente a final de mes. Es otra ciudad estilo El Show de Truman. Apenas hay variedad racial, y es que en el sur es donde más brasileños blancos hay de todo el país, descendientes de alemanes, holandeses, italianos y portugueses.

Después de desayunar en el mercado municipal tomé un autobús y me fui a pasear por algunas playas. La primera, la Mole, estaba plagada de jóvenes guaperas. Ellos, con los clásicos tatuajes tribales por toda la piel quemada y músculos de gimnasio. Ellas, también con un cáncer de piel avanzado, gafas grandes pero tangas minimalistas. Huí rápidamente de los chiringuitos donde abundaban estas Barbies y Kens y me dirigí hasta la siguiente playa, la de Galheta. Las pocas personas que me crucé eran todos chicos que iban cogidos de la mano. Aunque no había culos ni pechos que apreciar, me encantó pasear solo y tener como única tarea observar el mar, mucho más bravo, limpio y azul que el Mediterráneo.

Los dos siguientes días me alojé en casa de un extrovertido y viajado portugués que conocí en Couchsurfing. Tiago vive en una casa con siete portugueses más que están haciendo un especie de Erasmus en la universidad de Florianopolis. Me acogieron muy bien, y hasta me llevaron a una fiesta-barbacoa de unos amigos suyos. Con ellos pude comprobar que para los hispanohablantes es mucho más fácil de entender el portugués de Brasil que el de Portugal, y me tocó ruborizarme y disculparme varias veces por no haber pisado aún la tierra de Pessoa. Aproveché los días para visitar otras partes de la isla, básicamente playas solitarias. En Santa Caterina puedes ver, si tienes suerte, tortugas y ballenas. Yo, en cambio, sólo vi surfistas. Algo es algo.

Esta región, y en concreto la isla y la ciudad de Florianopolis, me pareció un buen lugar donde venir a descansar unos días con la pareja y familia o donde disfrutar de un retiro dorado. Es tranquila, segura, limpia y bonita; pero no es el Brasil que venía buscando y que sí encontré en el norte. Conocer un poco la parte sur del país me ha servido para confirmar lo que había leído y me habían dicho: Brasil no es un solo país, sino varios. Personalmente me quedo con su ecuador: donde hay samba y color; donde hay mestizaje y ruidos; donde hay movimiento y variedad. Y ese punto es Rio de Janeiro.


Lo mejor de Florianopolis:
Es una zona segura. No se sale con miedo a la calle
No hay desigualdades ni se ve miseria
Los paisajes son bonitos, y la calidad de vida muy alta
Sus kilómetros de playa, muchos de ellos vírgenes
Ideal para los amantes del surf
Bien conectada y con buenos transportes públicos

Lo peor de Florianopolis:
La poca variedad entre la población, tanto de raza como de clase social
No hay tanta vida por la calle, ni música ni vendedores ambulantes como en el Norte
Es una ciudad / zona cara
Clima más temperado que en el norte


Precios de Florianopolis (1€=2,4 Rs)
Un croissant: 2,5 Rs
Un zumo de naranja natural: 2 Rs
Una noche de hostal: 34 Rs
Un billete sencillo de autobús: 2,9 Rs
Una hora de internet: 4 Rs

14 noviembre 2011

La ciudad maravillosa

Nunca me apasionaron estos adjetivos pomposos que se dedican a algunas ciudades, parques naturales o incluso personas, pero en el caso de Rio de Janeiro creo que se queda corto. Después de más de dos meses recorriendo Brasil, Rio es el lugar donde me he quedado más tiempo (2 semanas). No tengo un motivo que explique por qué día tras día le decía al casero de la pousada Villa Alice “ainda não sei cuando vou embora” (aún no sé cuando me marcho), sino muchos motivos.

Llegamos a Rio procedentes de São Paulo, un exceso urbanístico que está en las antípodas de la ciudad del Corcovado. Nada más poner los pies en la estación de autobuses tomamos un taxi; era negra noche y llovía. Nos dirigimos al hostal, situado en el bohemio barrio de Santa Teresa, donde vive mi amigo y ex compañero de beca Pau. Hacía mucho que no lo veía, pero me parece que no han cambiado grandes cosas en él: fútbol, mujeres y un amor-odio por Brasil siguen siendo sus pilares vitales. Por fortuna tiene trabajo, y mucho más espero que le caiga en los próximos meses. Antes de contar qué hemos hecho en la ciudad me gustaría agradecerle públicamente todos y cada uno de los detalles que ha tenido con nosotros, que han sido muchos: desde llevarnos a todos los sitios interesantes de la ciudad; presentarnos a sus amigos; dejarnos dinero; tarjetas de metro; ropa o toallas hasta invitarnos a cualquier cosa. Pau, gràcies per la teva generositat.

En Rio de Janeiro hemos hecho de todo, desde el turista en chanclas que sube al Pan de Azúcar al vecino de barrio que va a comprar al mercado, pasando por el carioca que sale un sábado a una escuela de samba para ver los preparativos del Carnaval.

Los puntos más turísticos de Rio merecen ser visitados. Impresiona la vista de 360º que se tiene desde el Corcovado (y comprobar hasta donde llega la estupidez de los guiris, tomándose todos la misma foto) así como subir al carísimo Pão de Açucar para apreciar como la ciudad se ilumina cuando cae el anochecer. Pasear por Ipanema y Copacabana también es imprescindible. Mulatas culonas comparten metros de arena con gays musculosos y familias que meriendan estirados como emperadores sus toallas. Los surfistas sirven de decorado perfecto para los anuncios que se graban en uno de los puntos más famosos del mundo, mientras las parejas, ajenas a todos ellos, van al peñón del Arpoador (que separa Ipanema de Copacabana) para contemplar, cogidos de la mano, la puesta de sol.

También es interesante pasear por barrios residenciales, como Botafogo, Flamengo o Humaità, y comprobar como vive el carioca de clase media. La zona centro es un hervidero los días de entre semana, cuando se llena de hombres y mujeres de negocios que con prisas intentan esquivar a los mendigos que pedigüeñan por la calle. De noche, sin embargo, conviene ver el barrio desde la ventana de un taxi. Lapa es un mundo a parte. Este barrio, conocido por unos grandes arcos blancos por donde pasaba primero el agua que llegaba a la ciudad y después el tranvía, es la zona de fiesta por excelencia. Todos los días de la semana se llena de jovenes con ganas de marcha. Y el fin de semana, es tanta la gente que se da cita en este lugar que tienen que cortar las calles, tomadas literalmente por grupos de amigos que bailan y vendedores ambulantes de caipirinhas.

A parte de hacer vida en estos lugares imprescindibles de Rio, también visitamos la otra gran realidad (y conocida siempre sólo por la prensa) que son las favelas. Primero vimos las que conforman el Complexo do Alemão a vista de teleférico (ver fotos álbum de fotos del Picassa, a la derecha de este blog), un mar de casuchas de obra vista mal puestas que ocupan todos los metros cuadrados de los 'morros' cercanos a Rio. Pero no sólo hay favelas en las afueras de la ciudad, el mismo Rio está lleno de estas barriadas humildes. Nos adentramos en una que pacificaron hace un par de años, Santa Marta, y pudimos callejear con una guía turística amiga de Pau y un vecino de la zona. Es escalofriante constatar la penosa condición de vida que tienen los vecinos de estos inhabitables barrios que apenas distan unos metros de confortables barriadas como Botafogo. En Santa Marta, donde Michael Jackson grabó parte de su videoclip They don't care about us, pudimos charlar con vecinos, observar como los niños corrían felices por las laberínticas callejuelas que separan en apenas un metro las casas y comer fantásticamente bien en un bar minúsculo. A toro pasado, creo que nadie puede decir que ha visto Rio de Janeiro si sólo pasea por sus playas y sube al Corcovado; para entender su realidad es preciso también adentrarse en una favela. Como también es imprescindible salir de fiesta a una escuela de samba o a un club de funky, donde las mujeres clavan su generoso culo en las partes nobles de los chicos, que con una sonrisa en los labios intentan seguir el ritmo acompasado de la pareja de baile.

Pero la ciudad de Rio de Janeiro no es preciosa sólo por tener una orografía mágica, unas playas espectaculares o unos monumentos con vistas privilegiadas. Lo es también por la variedad de barrios que la conforman y por el pintoresco personal que la habita. Rio de Janeiro es el Corcovado; el Maracaná, la samba; los mendigos; Ipanema; los restaurantes de lujoy los puestos de comida callejera; las favelas; la alegría carioca; los pechos y culos siliconados; los hombres musculados que pasean sin camiseta; el caos de la Estación Central; la decadencia de Santa Teresa y la marcha de Lapa; los meninos da rúa...todo eso es Rio de Janeiro. Para mi, la ciudad más bonita del planeta.

Algunas recomendaciones cinematográficas:

- Tropa de élite (I y II): para entender no sólo como se vive en las favelas sino también para comprender el principal cáncer de esta sociedad: la corrupción).
- Estación Central de Brasil: la maldad y bondad de algunos brasileños.
- Autobús 174: los riesgos de moverse en transporte público.


Lo mejor de Rio de Janeiro
El paisaje de la ciudad
Subir al Corcovado y al Pan de Azúcar
Gran variedad de restaurantes y discotecas
Salir de fiesta por Lapa
Ir a una escuela de samba
Sus kilométricas playas
Visitar una favela pacificada
La alegría carioca


Lo peor de Rio de Janeiro
Es una ciudad cara
Ciudad peligrosa en algunos barrios (como Santa Teresa) a según que horas
Tiene un tráfico demencial en las horas punta
La decadencia en algunos puntos de la ciudad es exagerada, así como el perfume a pis


Precios de Rio de Janeiro (1€= 2,4 Rs)
Bus São Paulo - Rio: 68 Rs
Billete de autobús: 2,5 Rs
Cena en un rodizio de pizza: 25 Rs
Una caipirinha: 5 Rs
Un zumo natural: 4 Rs
Feijoada: 30 Rs
Subir al Corcovado: 46 Rs
Subir al Pan de Azúcar: 54 Rs
Menú del día: entre 7 y 15 Rs
Un trayecto de taxi: 15 Rs
Entrada en una discoteca: 20 Rs

08 noviembre 2011

Un gigante hostil llamado São Paulo

Dicen que la mejor manera de llegar a São Paulo es en avión y de noche. Preferiblemente aterrizando en el aeropuerto nacional, mucho más céntrico que el internacional. Los que llegan en avión cuentan que pasas entre rascacielos durante varios minutos, como si la ciudad no se acabara nunca, y algunos vídeos colgados en Youtube así lo atestiguan. Nosotros, en cambio, llegamos en bus, como siempre, después de otro mítico trayecto de 18 horas y provenientes de Foz de Iguazú; por lo que nos perdimos esta visión de la megapolis que es São Paulo, aunque también fue interesante discurrir por decenas de avenidas de varios carriles antes de llegar a la terminal de autobuses.

Esta ciudad de más de 12 millones de habitantes (su área metropolitana supera los 20) no tiene interés turístico alguno. Cuesta creer que en tantos kilómetros cuadrados no haya algún barrio histórico o vestigios de otros tiempos, pero así es. Tal vez lo más interesante pasar por la avenida Paulista y ver como conviven aún viejas mansiones de hacendados cafeteros de hace dos siglos con algunos edificios de oficinas de interés arquitectónico o pasear por algún parque. La grandeza de São Paulo, sin embargo, radica en su gente. Es sin duda alguna el motor de Brasil, la tierra de las oportunidades. A ella se dirigían hace años brasileños provenientes del interior; europeos de España o Italia y hasta japoneses (tienen su propio Japantown). Y a São Paulo se siguen dirigiendo aún miles de personas que buscan un futuro mejor. Quien vaya a esta ciudad pues, que no se espere la belleza de Rio o Nueva York. A cambio, tendrá museos con exposiciones de primer orden; restaurantes de mil tipos que no cierran nunca; barrios de ricos al lado de favelas; locales para cualquier tribu urbana y la sede de toda multinacional que se precie.

Estuvimos unos tres días en la ciudad y nos dio tiempo de perdernos en coche durante más de una hora por avenidas y puentes gigantes; cenar en una pizzería en la que te aparcan el coche y hasta de asistir a un partido de futbol: Santos- Atlético Paranense (con 4 golazos de Neymar, el ídolo del momento). Después de muchos hostales-pocilga a nuestras espaldas tuvimos la suerte de que un buen amigo de Barcelona que trabaja en la ciudad, Óscar, nos invitara a su casa, y la verdad es que fue muy agradable no tener que compartir habitación y baño con diez personas o poder ver los infumables programas de televisión desde el sofá y en calzoncillos.

Otra de las primeras cosas que te sorprenden de la ciudad es su banda sonora. A parte de las bocinas de algunos coches (el tráfico es terrible), no paran de sobrevolar helicópteros a todas horas. Para que os hagáis una idea: la ciudad tiene más de 300 helio-puertos y se realizan cerca de 200 vuelos diarios. ¿Y por qué hay tantos helicópteros en esta ciudad? Pues porque hay muchos paulistanos extremadamente ricos que van al trabajo o de compras en este medio de transporte.

Pero donde hay gente muy rica también hay gente muy pobre. El centro está plagado de mendigos, y las escuelas de pago avisan por megafonía a los alumnos cuando llegan sus padres a recogerlos para evitar que se esperen en la calle y los secuestren. ¿Ir al trabajo en helicóptero pero pensando que tu hijo puede sufrir un secuestro exprés es calidad de vida?


A pesar de la delincuencia que pueda haber en la ciudad, el pueblo se sabe divertir. Pan y circo, que se diría en Roma. Como en todo Brasil, el futbol es el deporte rey. Por eso nos gustó mucho ver como la torcida (afición) del Santos no paraba de animar a sus jugadores (y decir filho da puta al árbitro). Familias enteras pasando una agradable tarde de futbol. Fuimos con Óscar, nuestro anfitrión, con su jefe y el hijo de éste. Al salir del partido su jefe nos invitó a unos deliciosos bocadillos callejeros (siempre que gana el Santos comen allí), y más tarde tomamos unas cervezas en un barrio con mucho ambiente, Santa Madalena. Esa misma noche acabamos en casa de un amigo de Óscar, un tipo de lo más interesante. Bohemio y artista nos invitó a tomar cacao puro (¡espectacular!) y miel natural. Con unos socios tiene una empresa que se dedica a hacer estas movidas visuales: laborg.

Y a parte de futbol, pizzas, cervezas y paseos en coche por la ciudad, poco más hicimos. São Paulo no daba para tanto y, además, Rio de Janeiro nos estaba esperando.


Lo mejor de São Paulo
Su animada vida cultural y de negocios
Algunos edificios interesantes
El paisaje espectacular que representan kilómetros de rascacielos
Un buen transporte público y bien conectado con el resto del país

Lo peor de São Paulo
Los precios más caros de Brasil
Ciudad hostil para el peatón y los pobres
Inseguridad callejera en según qué zonas y horas
Pocos focos de interés para visitar como turista

Precios de São Paulo (1 €=2,4 Rs)
Bus Foz-Sao Paulo: 157Rs
Billete sencillo de metro: 2,9 Rs
Comida en un garito del centro: 16 Rs
Cena en pizzería de lujo: 60 Rs
Entradas para el futbol: 20 Rs

04 noviembre 2011

Cuando los tópicos se cumplen: Iguazú es una maravilla

En concreto, de la naturaleza. Llegamos a Foz a través de Ciudad del Este con la única intención de visitar las Cataratas de Iguazú. Para ser sincero, no me hacía especial ilusión ir a las cataratas, aunque tal vez por eso me sorprendieron muy gratamente. Cruzamos en bus a Argentina (también se pueden ver desde Brasil), hasta el pueblo de Puerto Iguazú. Allí comprarnos unas empanadas que resultaron estar deliciosas y unas frutas y pusimos rumbo a las cataratas, a las que se llega en 10 minutos. La entrada sólo cuesta 100 pesos (unos 20 euros) y te puedes pasar el día entero acercándote a varias de las más de 200 cascadas que hay en Iguazú. Por los senderos puedes avistar coatíes, pájaros de colores o caimanes, aunque la verdadera protagonista del lugar es la Garganta del Diablo. Aquí van algunas fotos del parque.




















Aparte de Iguazú también visitamos la presa de Itaipú, la segunda más grande después de la de Las tres Gargantas (China). Este prodigio de la ingeniería (que dicho sea de paso se cargó gran parte del ecosistema local) proporciona el 80% de la energía de Paraguay y cerca del 20% de la de Brasil. No aburriré con detalles técnicos ni comparativas; me limitaré a poner algunas fotos del lugar.







Precios de las Cataratas de Iguazú : (1€=5,8 pesos)
Entrada al parque: 100 Pesos
Bus desde Puerto Iguazú: 10 Pesos
Empanadas y frutas: 7 Pesos

Precios de la visita a la presa de Itaipú (1€ = 2,4 Rs)
Bus de Foz a Itaipú: 2,5 Rs
Visita guiada por la presa: 20 Rs

01 noviembre 2011

Una visita al país invisible: Paraguay

Aunque no lo teníamos pensado, el destino nos llevó a poner los pies en uno de los países más desconocidos de Sudamérica, con permiso de las Guayanas y Surinam. Paraguay es un país un poco más pequeño que España encajado entre dos gigantes: Brasil y Argentina, aunque también hace frontera al oeste con Bolivia.

Llegamos a su capital, Asunción, cuando ya era negra noche. El trayecto desde la frontera brasileña nos había encantado: infinitos campos verdes salpicados por pequeños pueblos austeros pero limpios. Además, sólo viajamos cuatro pasajeros en un autobús de 50 plazas: un paraguayo, un turista japonés y nosotros dos, lo que os permitió ponernos a nuestras anchas. Aunque el paisaje rural fue muy sugerente, la capital se convirtió en la otra cara de la moneda. Nos alojamos en una pensión del centro que tenía gatitos de porcelana y calendarios gigantes de talleres mecánicos como decoración. Volver a hablar en español fue un alivio y facilitó mucho las cosas, pero me sorprendió la gran cantidad de personas que hablan guaraní, lengua cooficial del país. La primera noche, exhaustos, nos dio tiempo sólo de salir a cenar ceviche a un restaurante cercano y a dar un paseo por las principales plazas de Asunción, llenas de gente sin casa que duerme en tiendas de campaña o a la intemperie. Y la mañana siguiente pudimos constatar bajo la luz del día que esta capital no conserva apenas edificios interesantes ni avenidas agradables. Los contrastes sociales en Asunción son muy acentuados. Coches deportivos se mezclan con niños descalzos, y delante mismo del palacio presidencial se levanta un campamento de gente sin techo.

Estuvimos todo el día paseando, dándole una oportunidad a una ciudad que los domingos de vacía completamente, pero a media tarde ya habíamos visto todo, así que nos metimos en un cine para ver una película paraguaya infumable y pagada por España: 18 cigarrillos y medio. Esa misma noche cogimos un autobús que nos conduciría al extremo sur del país: Encarnación.

En la tercera ciudad de Paraguay nos alojamos en el Hotel Germano, un sito muy apacible y con un personal encantador. Desayunamos fuerte y fuimos a visitar lo mejor que tiene esta región: las ruinas jesuíticas. Conocimos el poblado de Jesús y Trinidad, que en el siglo XVII fueron pobladas por los misioneros españoles que se acercaron a este fin del mundo para propagar la palabra de Dios, aunque respetando tradiciones e idiomas locales. No había turistas, así que las pudimos visitar prácticamente solos. Aunque en Argentina y Brasil también hay restos de poblados misioneros parecidos, las de Paraguay son las que están mejor conservadas y las que menos turistas reciben. Paseamos por las antiguas escuelas donde los jesuitas hacían de profesores; por las iglesias donde difundían la religión católica y por los huertos donde hace cuatro siglos plantaban sus hortalizas verduras. Y una vez fotografiamos todas las piedras posibles, volvimos a Encarnación. Por la tarde llovió con fuerza, lo que nos obligó a quedarnos en el hostal, y por la noche salimos a cenar. A la mañana siguiente cogimos otro bus con dirección a Ciudad del Este, la capital del contrabando.

Esta caótica ciudad es la segunda en importancia en el Paraguay. Un puente que se puede cruzar a pie la separa de Foz (Brasil), y durante el día se convierte en un hormiguero. El tráfico es denso y ruidoso, y los comerciantes ocupan las calles vendiendo todo tipo de baratijas y ofreciendo pendrives a discreción (hasta me intentaron vender un peine. ¡A mí!). En los edificios / centros comerciales están las tiendas que venden a buen precio productos electrónicos. En un mismo local se puede comprar un I-Pad, una pistola de paint-ball, un rizador de pelo y una televisión. Que sean productos originales o no ya es cuestión de suerte. Miles de brasileños y argentinos se acercan a Ciudad del Este para comprar electrodomésticos y ropa ya que los comerciantes apenas pagan impuestos, de ahí que los precios de todos los productos sean una ganga. A pesar de las suculentas ofertas sólo compramos unos auriculares de MP3 (Guillem) y volvimos a Brasil andando, donde teníamos el hostal. Nada más cruzar el puente de la Amistad se llega a Foz de Iguazú, donde se hospedan los turistas que se dirigen a las cataratas; pero de la visita que hicimos con el australiano de origen vietnamita Hai a esta maravilla de la naturaleza hablaré en el próximo post.

Lo mejor de Paraguay:

Es un país barato
Está bien comunicado y es muy económico viajar
Bonitos paisajes rurales
Ruinas jesuíticas
El Chaco (frontera con Bolivia)

Lo peor de Paraguay:

Asunción

Precios de Paraguay: (1€= 5.7000 PYG)

Una noche en una pensión de Asunción: 50.000 PYG
Cena en un buen restaurante de Asunción: 45.000 PYG
Bufé libre en un rodizio: 71.000 PYG
Una entrada de cine: 25.000 PYG
Bus urbano de Asunción: 2.500 PYG
Bus desde Asunción a Encarnación: 45.000 PYG
Una noche en Hostal Germano: 35.000 PYG
Bus desde Encarnación a Ciudad del Este: 45.000 PYG