30 septiembre 2011

El show de Chanquete, en Marajó

Levantarme a las 5:30h fue un alivio, teniendo en cuenta que en el dormitorio para cuatro personas en el que dormí del Hotel Amazonas tenía más de zulo que de habitación. Dos ventiladores impidieron que la noche fuera un auténtico infierno. Tras un paseo de 15 minutos hasta el embarcadero, tomé el ferry que une Belém con Camará (isla de Marajó). Sólo hay dos: uno a las 6:30 y otro a las 14:30 horas. El paisaje poco difiere del descenso del Amazonas, aunque el viento que sopla en la zona obliga a cubrirse con una toalla o ponerse de manga larga. Después de tres horas de viaje llegamos a Camará, que a pesar de ser la entrada a la parte este de la isla no tiene pueblo. Nada más bajar me metí en un microbús que ponía Soure. Ése fue el primer error. Creí entender que el billete hasta Soure eran 2 Reales, pero fueron 12, aunque si coges el bus público te cobran 5 Rs -como pude comprobar a la vuelta-. Otra hora más de viaje y me planté en la población más habitada de la costa este de la enorme isla de Marajó (ya sé que me hago pesado, pero Marajó es la isla sedimentaria más grande del mundo, mucho mayor que más de 70 países del mundo, como por ejemplo Dinamarca o Suiza. -¿Os hacéis a la idea, Patri y Salo?-.

Soure es un apacible pueblo bastante extenso con algunas calles pavimentadas - lo fueron en su tiempo- y las demás –mayoría- de tierra. Su morfología me recuerda a l’Eixample de Barcelona, con cuadrículas perfectas a las que llaman Rúas y Travesas. Soure, y creo que Marajó en general, es una especie de oasis en esta zona. Los aldeanos se desplazan en bici; no hay robos; los búfalos deambulan tranquilamente por las calles y la máxima ocupación del día es arreglar las redes de pescar y tomar una cerveja gelada en cualquier bar. De hecho, parece que todos los elementos del lugar (personas, caballos, búfalos o perros) formen parte de un decorado artificial, como la película El Show de Truman. De ahí la mitad del título del post. ¿Y qué tiene que ver nuestro querido Chanquete en todo esto? Pues que si observas jugar a los niños por la calle y los ves hacer carreras en bici te parece que Soure sea Nerja y que asistes al rodaje de Verano Azul.

La escena, como ya he comentado, es idílica, pero el calor mata. Después de andar bajo un sol de justicia y de preguntar precios en algunos hostales, me quedé en la Pousada de Asa branca, un sitio más que aceptable y bien situado (4ª Rua esquina trav. 12). Conseguí un pequeño descuento poniendo los ojos del gato con botas de Shrek y me dejaron la habitación por 30 Rs. El precio está bastante bien, teniendo en cuenta que en Marajó todo es un poco más caro y que incluía desayuno, del que di buena cuenta. Nada más dejar las cosas en mi habitación conocí a Emma, una antropóloga norirlandesa muy simpática que está trabajando temporalmente en un proyecto con niños en Marajó. Charlamos un rato y me invitó a comer con unos amigos suyos: un holandés freak que estaba de visita y dos brasileños. Probé la carne de buey típica del lugar y me gustó; es muy melosa, e iba acompañada de una especia de sanfaina.

Por la tarde la chica brasileña me dejó su bicicleta y me acerqué a la playa do Pesqueiro, que dista 8 km de Soure. El trayecto fue muy agradable; una carretera que atraviesa un bosque y en la cual apenas hay tránsito. Pasé por delante de algunas fazendas y me crucé con pocos vehículos, aunque vi dos motos con ocho personas: cuatro en cada una. La playa es espectacular, lo menos parecido a Benidorm que uno pueda imaginar. Kilómetros de arena a lo ancho y a lo largo sin ninguna alma. Algunas sombrillas de paja y bares cerrados indican que cuando es temporada alta debe haber movimiento. Yo, en cambio, me encontré solo. A lo lejos vi un par de pescadores y una pareja tomaba el sol cerca del único chiringuito que permanecía abierto.

Por la noche fuimos a tomar unos salgados (tentempiés) de carne con queso y camarones, y degusté por fin los sucos, y empecé por el de Maracuyá. Quería quedarme a ver el partido del año: Brasil-Argentina, que se jugaba precisamente en Belém, pero la ñoñería de las telenovelas que precedían el encuentro y el cansancio acumulado pudieron conmigo. En pocos días he podido constatar como en Brasil se ven básicamente tres cosas en la tele: telediarios, fútbol y telenovelas.

Y la mañana siguiente poco más hice. Volví a beber sucos en el desayuno, esta vez de guayaba y mango, y di un corto paseo por el pueblo. En estas latitudes –muy cerca del Ecuador- es muy difícil pasear o estar por la calle entre las 10 y las 16 horas debido al intenso sol que cae. Volví a Belém y cené en un sitio callejero de la Av. Presidente Vargas por apenas 5 Rs. Y con esto y un bizcocho digo adiós a Belem, al Amazonas y a la isla de Marajó. Próxima parada: São Luis.


Lo mejor:
La tranquilidad de la zona y sus habitantes. A diferencia de Belém, se puede estar paseando sin miedo alguno, incluso de noche. También es recomendable probar tanto la carne de Búfalo como su queso. Se pueden visitar fazendas y pasear por playas desérticas. En Soure hay cibercafés y un cajero automático, mientras que en las poblaciones más pequeñas de Salvaterra y Joanes apenas hay infraestructura. Tal vez sean mejores destinos que Soure para quien quiera desconectar completamente.

Lo peor:
Precios más caros que en Belém y menos oferta de alojamientos. Calor asfixiante y distancias largas que precisan de bicicleta o moto. Si uno es muy activo se puede llegar a aburrir. Se tarda unas cuatro horas desde Belém, así es recomendable quedarse al menos un par de noches.

Precios:
Ferry de Belém a Camarà: 16 Rs
Bus privado de Camarà a Soure: 12 Rs
Bus normal de Soure a Camarà: 5 Rs
Cruzar el canal de Soure: 1 Rs
Una noche en la peor habitación de Asa do Branco 30 Rs (regateando)
Un menú con carne de búfalo: 11 Rs
Alquiler de bicicleta: 2 Rs una hora / 10 Rs todo el día.
Un suco: 1,5 Rs

Belém: una digna entrada al Amazonas

Poco había leído de Belém antes de llegar. Sólo sabía que me apetecía comer bueno y barato en el pintoresco Mercado Ver-o-peso sin que me robaran la cartera -y lo conseguí-. Llegué a la ciudad a las siete de la mañana, y tras ver un par de hostales me quedé en el Hotel Amazonas.

El dormitorio era un cuchitril, pero por 15 Rs tenía internet y estaba muy bien situado. Esa misma mañana estuvimos paseando por el centro con Amaya y Diego. Aluciné con la variedad de productos que se venden en el mercado: pescado de todo tipo; frutas nunca antes vistas; ungüentos varios; animales…Comimos en la barra de un pequeño bar por apenas 7 Rs y probamos el Açaí, una fruta típica de la zona, de color morado, que se mezcla con azúcar y se toma con la carne y el pescado. Después de comer dejé un poco de espacio para la pareja y me fui a pasear por el casco antiguo de Belém, que me sorprendió muy gratamente.Me gustó mucho la catedral, sobre todo por dentro, y los edificios coloniales que hay en la plaza de Dom Pedro II y Brandão.

También disfruté de la casa de Onze Janelas y de las magníficas vistas de la ciudad que se tienen desde el fuerte de Presépio, un lugar al que los enamorados van a ver la caída del sol mientras pequeños grupos de amigos tocan la guitarra. Tras el largo paseo me pegué una ducha reparadora y salimos a cenar de nuevo los tres. Nos acercamos a las Docas, unos muelles que con muy buen gusto han reconvertido en un complejo de restaurantes de categoría y un buen paseo al lado del río Pará. Aire acondicionado e internet gratis son dos servicios añadidos que se agradecen. Pero la economía no da para tanto, así que volvimos al calor de Belém y acabamos comiendo unos bocadillos en un puesto callejero. La verdad es que disfruté de lo lindo cenando en medio de la calle y mirando de reojo la telenovela que la dueña del chiringuito había puesto para los clientes (y sobre todo para ella).

Lo mejor:
Una ciudad completa (más de millón y medio de habitantes) que tiene de todo: edificios históricos; grandes mercados y una amplia oferta gastronómica y de alojamiento.

Lo peor:
Belém es una ciudad bastante peligrosa, por lo que he leído y me han comentado. Hay que evitar la zona de Comercio cuando anochece y los domingos. Extremar las precauciones cuando se pasea por el Mercado Ver-o-peso.

Precios
Un menú en las paradas del mercado: 7 Rs
Billete sencillo de bus: 2 Rs
Pato no tucupí (típico y que no prové): 40 Rs
Una noche en el Hotel Amazonas en habitación compartida: 15 Rs
Una cena en los restaurantes de Docas: no baja de 25 Rs

27 septiembre 2011

Incertidumbre

Es la sensación permanente que se tiene en Brasil, como mínimo en las regiones del Amazonas y para lo que el transporte se refiere. Salir de Alter do Chão fue, en cambio, fácil y certero: un bus pasó puntual a las 8:30 horas por la calle principal del pueblo. No me importó el olor a pescado que reinaba en su interior – traían decenas de peces en bolsas de plástico desde Santarém-; me confortó el hecho de saberme en el buen camino –el puerto- y a buena hora. Dejaba atrás un lugar especial y relajante donde se para el tiempo; un pueblo que te permite observar jugar a los niños en la plaza mientras tomas una cerveza fría minutos después de pegarte un chapuzón en el río. Evidentemente, empecé a arrepentirme de mi marcha apresurada cuando aún no había salido del pueblo. Pero Bélem y la Isla de Marajó me esperan, y tengo que estar en São Luis el sábado, que es cuando llega Guillem.

En el bus pescadería conocí a dos hermanos fuertes, altos y rubios: Tobías y Andreas. Son buena gente, como casi todos los suecos que he conocido. Su viaje sí que es una hazaña: su físico desentona en estas latitudes como unos calcetines blancos en unos zapatos negros (amén de Michael Jackson) y además apenas chapurrean español ni portugués. Y también conocí a Diego y Amaya, una simpática pareja de Logroño que llevan viajando 9 meses por todo el mundo (autores del blog losviajesdelcangrejo.wordpress.com). Volviendo a la incertidumbre, quería llegar tan pronto al puerto porque me habían dicho diferentes vecinos de Alter que el sábado había dos barcos para Bélem. Me dijeron que al mediodía salía uno y otro por la tarde; otro vecino que los dos por la tarde; la dueña del hostal, que sólo salía uno; y una cuarta fuente apuntaba que el sábado no había barcos. Haciendo una media, tenía muchas probabilidades de que encontrara barco. Y así fue. El pequeño problema que deriva de esta incertidumbre es que sólo partía un barco a las nueve de la noche, doce horas más tarde de que llegáramos a puerto. Todos los vendedores nos pedían 100 RS (algo menos de 50€) por el trayecto, la cual cosa me pareció bien, teniendo en cuenta que entre Santarém Bélem hay cerca de 1.500 kilómetros que se cubren en 48 horas, pero Amaia y Diego los sacaron por 90 RS.

A mediodía nos dejaron subir al barco para colocar las hamacas y bolsas, que atamos a unas columnas y cerramos con candados, y nos fuimos los cinco al mercado de fruta de Santarém. Allí comimos un plato del día buenísimo -por fin probé el pescado- por 5 RS (2,5€) y compramos fruta para el viaje (dos piñas, 0,5 €). Era el primer gran mercado que visitaba, y disfruté paseando entre pilas enormes de plátanos; melones; piñas y otras frutas tropicales. Deambulamos por el pueblo bajo un sol de justicia y antes de volver al puerto tomamos un refresco en un bar cutre, como todos por estos lares, donde unos hombres panzudos y a torso desnudo jugaban a billar. A las seis de la tarde ya estábamos en la hamaca, cruzando los dedos para que saliera a esa hora el barco, tal y como indicaba el billete, o a más tardar a las 20 horas, que fue lo que nos dijo un tripulante. No obstante, son más de las 23 horas y me encuentro aún en el puerto. El motivo: la ya familiar incertidumbre. En estos precisos instantes estoy escribiendo este post que publicaré cuando llegue a Bélem desde el tercer piso del barco, mientras un ejército de chicos fornidos y sudorosos carga a destajo camión tras camión. El ruido que hago al teclear queda enmudecido al compás que cajas, objetos y ahora papel de váter entran en los camiones y lo llenan hasta los topes. Entre carga y carga los chicos beben agua, hacen bromas y escuchan música estridente de sus móviles. Espero que estén bien pagados, puesto que el ritmo de trabajo que llevan no lo podrán alargar muchos años. Me temo, sin embargo, que son esclavos del siglo XXI en un país que presume de progreso.

Pd. El trayecto finalmente duró 54 horas, durante el cual me dio tiempo de leer un libro en inglés que me dejó Amaya (Echo Park); pasear por cubierta; charlar y sobre todo dormitar en la hamaca. También aproveché una parada en la que suben al barco multitud de vendedores para probar el picolé, una especie de sorbete de helado de diferentes gustos. Elegí morango (fresa), y estaba muy bueno.

23 septiembre 2011

Vocabulario portugués I

El portugués es tal vez el idioma más parecido al español. De hecho, uno puede conversar tranquilamente en español y el interlocutor en portugués y mantener una conversación profunda y larga. No obstante, como en todas las lenguas, hay palabras que no proceden de una misma raíz o que tienen significados distintos. Y otras que simplemente me hacen gracia. Ahí van unos ejemplos:

El brasileño cuando busca un lavabo pregunta por un banheiro; y si duerme en una hamaca lo hace en una rede.

El desayuno se dice café da manhã, porque a manhã es de mañana y amanhã es mañana. Ontem es ayer y hoje, evidentemente, es hoy.

Uno no se desplaza en autobús, sino en ônibus. Si coge el coche, toma el carro.

Para evitar tener criança (niños), es conveniente ponerse una camisinha (condón). Y ya llevo bastantes camisinhas vistas por el suelo.

No cambias las cosas, las trocas. Y si el barco te marea te deja tonto.

Cuando una divaga va más despacio. Recordemos que los que divagan al hablar, en cambio, son los argentinos.

El Carnaval es una religión en Brasil, así que construyen sambódromos, donde las escuelas desfilan con sus galas.

Cuando te vas de excursión a la selva, vas a la floresta.

Aquí Epi y Blas te enseñan que longe es lejos y perto es cerca.

Lo que me lleva de cabeza son los días de la semana. El sábado y domingo se dicen igual, pero el lunes es la segunda feria. Así, el martes es la terza feria, el miércoles la quarta feria, el jueves la quinta feria y el viernes la sexta feria.

¿A Santarém en un santiamén?


No precisamente. El viaje en barco desde Manaos a Santarem me apetecía mucho. Se trataba de convivir con locales en un ferry que baja despacio el Amazonas durante más de...30 horas! El lunes compré el billete en la garita del puerto de Manaos, aunque sé que en la calle los revenden más baratos -sin garantías-. Y después despedirme de Balark y Tulio, los chicos que me hospedaron gentilmente en su casa durante más de cinco días, el martes temprano me planté en taxi en el puerto. El taxista, timador nato, ya me dejó en el mercado del puerto y no delante de la terminal de salida, donde yo le indiqué. ¿La causa? Pues que desde allí salían unas lanchas pequeñas que te cobran unos 10 euros para llevarte al puerto, que estaba 20 metros, e imagino que dicho sujeto cobra comisión. Evidentemente los mandé a paseo y me fui andando al muelle donde decenas de barcos coloridos (que parecen más las Golondrinas que no ferrys de transporte) aguardaban a salir. No eran ni las 7 de la mañana que ya había colgado mi hamaca en la segunda planta del barco. No recomiendan que la pongas en el piso de arriba porque la música del bar es ensordecedora ni tampoco en la planta baja, donde está el motor. A las 8, puntuales, salimos de puerto, pero cual fue mi sorpresa al ver como el barco se desplazaba sólo 20 metros y atracaba en el muelle donde estaban los lancheros timadores. Empezó a subir gente: hombres y mujeres solos; familias enteras; madres solas con hijos y gente mayor. Las hamacas proliferaron y pasé de estar cómodo a sentirme una sardina. Tuvimos que esperar hasta las 13 horas para salir oficialmente de Manaos.

Cerca de Manaos hay el encuentro de las aguas -Solimões y río Negro-, aunque tengo que reconocer que no lo pude apreciar bien. Y pasada está desilusión...monotonía. Horas y horas de un mismo paisaje, un Amazonas inmenso por el que nos cruzábamos barquitas insignificantes de pescadores y también barcos de carga gigantes. Durante el trayecto poca cosa se puede hacer excepto leer; descansar en la hamaca; hablar con pasajeros y mirar la foto fija que es el paisaje.

Hicimos sólo tres cortas paradas, y en una de ellas subieron unos diez policías federales (con armas, guantes y perro reglamentario) para inspeccionar el buque. Todo el mundo se tuvo que apartar de sus maletas y tras media hora de revisión nos dejaron proseguir. Llegamos a Santarem ya de noche, cuando el reloj marcaba las 22:30 hora local (una hora más que Manaos y cinco menos que España), y cuando hacía casi 40 horas que servidor deambulaba por el barco. Por suerte conocí un grupo de alemanes que querían ir esa misma noche a un pequeño pueblo de pescadores que se encuentra en la costa del Amazonas: Alter do Chão. Después de mucho regateo cogimos dos taxis e hicimos a toda velocidad los 36 kilómetros que nos separaban de Santarem. 35 grados y 90% de humedad a esas horas no está mal, ¿verdad? Llegamos a un hostal en el que no había ningún responsable, sólo tres colombianos y una alemana que estaban bebiendo caipiriñas. Me senté con ellos y me invitaron a cerveza. Estuvimos hablando largo y tendido. Disfruté mucho de su compañía, su sentido del humor y su generosidad. Se trata de un grupo de tres amigos que están dando la vuelta por Sudamérica en cien días. La alemana, por su parte, se les unió en Tabatinga.

Pasada la meda noche, exhausto, planté mi hamaca y me fui a dormir. Al día siguiente fuimos los cuatro a la playa que hay en la Isla del Amor, un islote que sólo tiene arena unos meses al año y que está a unos 15 metros de la costa. Las barquitas te cruzan el estrecho por 1,5 euros, pero nosotros preferimos ponernos la mochila en la cabeza y cruzar a nado. Tuvimos que arrastrar los pies en vez de andar ya que según cuentan hay rayas en el lecho del río. Pasamos el día tumbados al sol y refrescándonos con la tibia agua del Amazonas. El paraje es simplemente espectacular. Tengo la impresión, no obstante, que aunque ahora haya aún pocos turistas en diez años esto será Lloret.

Comimos un menú generoso por 4 euros en una cantina y dormimos la siesta en la playa. Por la tarde subimos a un cerro que hay en medio de la isla, desde donde se divisa la inmensidad del Amazonas, y más tarde contemplamos desde el agua uno de los mejores atardeceres que recuerdo.

La mañana de hoy viernes los cuatro amigos se han ido hacia Belem, destino al que iré yo mañana. Prefería quedarme un día más de relax en este bonito rincón antes de partir hacia el Atlántico. Tal vez los encuentre el domingo en el nuevo hostal. El día se plantea caribeño: andar pesado bajo el sol camino de la playa, zumos de frutas tropicales y lectura. Ahora es momento de disfrutar, mañana ya tocará pasarme otras cuarenta horas en un barco.

19 septiembre 2011

Amazing Amazonas

Un árbol que su corteza huele a Vips vaporub; otro que su salvia sirve de yodo; un tercero que emana leche; otro con el que se pueden hacer velas; y unas lianas que sueltan agua potable. Bienvenidos al Amazonas. Antes, no obstante, volvamos a Manaos.
El viernes por la mañana cogí un taxi hasta la rodoviaria (estación de autobuses), donde esperé a un tipo de la agencia de Antonio y un par de guiris belgas-flamencos (guapo él, guapa ella). Después de tres horas en bus, nos bajamos en un pueblecito cuyo nombre no recuerdo, y allí tomamos una lancha hasta el lodge de Antonio. Un hora más de trayecto. Éste tramo, sin embargo, se hizo corto, ya que fue el primer contacto visual con el Amazonas (la zona) mientras subíamos por el río Urubú.
El establecimiento estaba muy bien, y consistía en un par o tres de cabañas, un embarcadero y una zona ajardinada. Es uno de los complejos mejor gestionados y más remoto de la zona, según pude averiguar. Allí cada día llegan guiris como yo (no más de cinco al día) mientras otros se van. Nunca hay más de diez o doce huéspedes. Yo fui dos noches y tres días. Me asignaron a un grupo formado por tres chicos indios (de la India), tan majos como charlatanes. Su empresa multinacional les había mandado a Sao Paulo un mes para trabajar en un proyecto, y antes de volver quisieron conocer el Amazonas. Nuestro guía se llamaba Francisco, todo un personaje.
El primer día, después de comer, cogimos provisiones y una hamaca cada uno y tras un recorrido de media hora en canoa llegamos a una especie de playa fluvial. Allí levantamos el “campamento”. Me tocó ir con Francisco a la selva en busca de hojas que nos servirían de platos y diferentes palos para usos múltiples. Sólo nos adentramos unos 100 metros, pero bastaron para que quedara empapado de sudor y anestesiado por el ruido de los animales.
El suelo, lleno de hojas y ramas muertas, parecía de goma. Tuve la sensación de que había tranquilamente medio metro de hojas bajo mis pies. Al volver al campamento fuimos a pescar Tucunaré, un pez que se pesca sin cebo. No tuvimos suerte. Afortunadamente, Francisco había traído frango (pollo), verduras y salchichas. Lavamos las verduras y el pollo en el río e hicimos una barbacoa ya de noche. Mientras la carne se hacía, el guía hizo una cuchara para cada uno con algunos palos y con su super machete, el mejor amigo del hombre en estas latitudes y digno producto de teletienda brasileño.
Cenamos como reyes y antes de acostarnos...¿qué tal ir a buscar tarántulas? Las encontramos en un árbol a unos diez metros de donde teníamos plantadas la hamacas. En concreto, vimos una mediana y otra tamaño gigante que vigilaba una bolsa blanca de huevos. Francisco se subió al árbol y la tocó con un palo para que la viéramos y nos cayó a los pies. Gracias a la oscuridad y al hecho de llevar sandalias vivimos momentos de pánico. La encontramos y la colocamos de nuevo en su nido. Nos acostamos cansados y a pesar del ruido de fondo de mil animales caí rendido en pocos minutos. A destacar, el intenso sonido que emitían unas ranas (que parecía el motor de una lancha) y los ronquidos de uno de los indios.

Al día siguiente, sábado, desayunamos al lado de las hamacas. A medio almuerzo Francisco indicó a uno de los chicos que se levantara rápidamente del suelo donde estábamos desayunando. A menos de medio metro una araña viuda negra (la más mortal del continente, según Francisco) se dirigía a él. Pues nada, a apartar la araña y a seguir desayunando. Al terminar, el café y los plátanos volvimos al refugio base. Por el camino vimos amanecer y también algunos delfines rosados, aunque de lejos. Y antes de comer yo me di un mini chapuzón delante del embarcadero. Fue una sensación rara nadar en las calientes del Urubú, pobladas por pirañas, caimanes, serpientes y delfines. [inciso: Urubú es buitre en portugués, y le pusieron este nombre al río porque cuando los portugueses conquistaron la zona mataron miles de indígenas en aras de la concordia y los cuerpos de las víctimas que flotaron río abajo se convirtió en un festín para los buitres].

Por la tarde fuimos los cinco a explorar parte de la selva. Digo parte ya que si de algo me ha servido esta aventura es para comprobar que sólo he visto la punta del iceberg, y que si quieres conocer la selva profunda y ver jaguares, por ejemplo, necesitas una ruta de más de cinco días, como la excursión que otro guía, éste peruano, me comentó que había hecho años atrás con una chica de Barcelona: diez días solos por la selva, colgando las hamacas a cinco metros de altura para evitar ser atacados por el jaguar, que por la noche, al oler la comida que cocinaban, se les acercaba. ¡Olé tú! Volvamos a mi historia. Aún ser un pase de verano comparada con la aventura del peruano, pudimos comprobar la densidad del bosque, y Francisco nos fue explicando para qué servía cada árbol. Como adelanté en el primer párrafo, uno, por ejemplo, sirve para curarse heridas; otro emana un liquido parecido a la leche que toman las mujeres que abortan; la corteza de otro, si se rasga, huele a Vips vaporub; y la salvia de otro sirve para hacer velas y pegamento. Y entre tantos árboles, también vimos de lejos un par de monos capuchinos.

Llegamos al refugio sudados y cansados, pero después de una reparadora ducha retomamos fuerzas con el menú de cada día: arroz; feijoa; pollo; pasta y ensalada. Por la noche, antes de acostarnos, nos llevaron a ver caimanes. La sensación de subir a una pequeña canoa, de noche, da miedo. Más aún cuando el guía busca con una potente linterna el reflejo de los ojos de los caimanes entre los manglares. Vimos muchas miradas, pero todos se escabulleron al llegar nosotros. Sólo pudimos dar caza a una cría, que el guía subió a la canoa para el deleite de algunos y acojone de otros.

Y el domingo poca cosa más hice. Me desperté a las 6 para ir a pescar pirañas con Francisco, aunque, de nuevo, no tuvimos éxito. Sin embargo, volví a ver algunos delfines de propina. Después nos fuimos con los chicos indios río arriba, buscando canales estrechos y poco profundos, donde habita la anaconda. Serpiente no vimos ninguna, pero sí una cabaña rodeada de plantaciones de mandioca donde habitaba un amable anciano. Y con ese paseo final se acabo la experiencia en la selva.


Me voy con muy buen sabor de boca, por lo que he vivido y lo que he visto. Creo que he empezado fuerte el viaje, y soy consciente que no se podrá mantener el listón así de alto. El Amazonas es inmenso, y todos los elementos que lo conforman, también. Los ríos, los árboles, los animales, los insectos...es la Naturaleza en estado puro, y no los jardines que tenemos por bosques en Europa. Mañana toca comprar una hamaca y billete de barco para bajar el Amazonas hasta Santarem.

16 septiembre 2011

27 horas

A diferencia del protagonista de esta película, no he tenido que cortarme el brazo, aunque el viaje hasta Manaos también ha sido una odisea. Salí de casa a las 4:30 am, cuando mamá y Patri me pasaron a recoger para ir al aeropuerto. Tuve algo de miedo al facturar en el primer vuelo, ya que había leído en algunos foros de internet que sin el billete de vuelta podría ser que no me dejaran tomar el primer avión (http://www.324.cat/noticia/1374906/catalunya/Tres-turistes-catalans-son-deportats-del-Brasil-per-un-conflicte-entre-les-autoritats-brasileres-i-espanyoles). Patri, por si acaso, me falsificó un billete de vuelta, un recurso que no tuve que usar (y mejor así, es por todos conocidos mi nula capacidad de mentir).

Llegamos a Frankfurt cuando tendría que estar embarcando para el vuelo a Salvador de Bahía, un primer contratiempo que me hizo plantear si no era una buena opción para empezar a comerme las uñas. Por suerte, y a pesar de mi lamentable estado físico actual, corrí medio aeropuerto -recordemos que el de Frankfurt es algo más grande que el de León-, y llegué a tiempo antes de que cerraran la puerta de embarque. El viaje hasta Brasil fue bien. Me tocó ventana y no tenía vecino de asiento, así que me pude espachurrar de mil maneras y dormir el 80% del trayecto. Casualmente abría los ojos cuando las azafatas repartían comida, y eso se repitió como tres o cuatro veces. En el avión empecé a oír hablar portugués, aunque dependiendo de la persona se entendía más o menos. Viajaban también los clásicos niños de tres años que se pasan medio vuelo llorando y el otro medio corriendo por los pasillos. Una delicia. La llegada a Salvador me impresionó, para que negarlo. Es una ciudad que da al mar y muy extensa. Sobrevolamos una zona de edificios altos, al estilo Benidorm, y luego otra más vasta de casuchas que desde el cielo me parecieron favelas. Después de pasar la aduana rezando a todos los santos que conozco (algunos pasajeros tuvieron problemas con los agentes) me tocó esperar un par de horas más para ir a Sao Paulo. Lo primero que me sorprendió fueron los carteles dirigidos a los turistas que vi en las columnas. En uno se veía un hombre occidental en prisión, y advertía de que Brasil no es un buen sitio para hacer turismo sexual. Uno de los patrocinadores de dicho anuncio era McDonald’s. Ahí es nada. Y el otro cartel amenazaba a los turistas y nacionales que pretendieran traficar con animales. Dime de qué adviertes y te diré qué sufres…

El vuelo a Sao Paulo lo cogí a las 19:40 hora local (medía noche en España), e iba medio vacío. La mayoría de pasajeros eran blancos, aunque también había mestizos y negros (ríete tú de la multiculturalidad de los USA) y todos vestían a la moda. Esto lo digo porque contrastó radicalmente con el último vuelo, el que me enlazó de milagro con Manaos. Este último tramo lo hice en un avión muy trillado y rodeado de gente 100% amazónica, o eso me pareció. La tez oscura y la ropa que llevaban (que estuvo de moda en los años ’80) nada tenía que ver con sus compatriotas que me acompañaron de Salvador a Sao Paulo.

Fue una lástima que empezara a hablar con alguien cuando ya llevaba casi 24 horas de viaje. La afortunada se llamaba Bernadette, y el nombre era lo único moderno de toda ella. En tres minutos me explicó que tenía 47 años, dos hijos y dos nietos. Lo de los nietos me lo confesó cuando la vi coger unos 12 caramelos da la bandeja que ofreció la azafata a medio vuelo. Era simpática y la verdad es que se conservaba bastante bien, aunque no disimulaba en exceso cuando se hurgaba la nariz o se intentaba quitar un trozo de carne de entre los dientes. Durante la conversación me di cuenta de que no me hubiera costado nada aprender un poco del idioma antes de venir, las cosas hubieran sido mucho más fáciles (ya me estoy poniendo las pilas).
Me quité las gafas y recliné el asiento para indicar que nuestra conversación había terminado. Dormí hasta que el piloto indicó que descendíamos al aeropuerto de Manaos. Por la ventana vi como una mancha muy grande de luces ocres contrastaban con la oscuridad de la selva y la del Amazonas, que a este paso ya tiene una anchura de miedo. Al llegar a tierra llamé a Balark, el brasileño que me ofreció sofá por couchsurfing. Me supo mal llamarle a esas horas ya que eran las 2 am hora local, pero en sus correos me indicó que no había problema. Tomé un taxi, y después de perdernos por el barrio de Balark conseguimos llegar a su casa. Tal y como pasa en la India, aquí en Manaos la gente de bien vive en altos bloques rodeados de muros y con guardián en una garita en la entrada. Llegué a su apartamento sobre las 3 am y me lo encontré, evidentemente, soñoliento. Hablamos cinco minutos, me ofreció un vaso de agua y me indicó cuál era mi cuarto: ¡una habitación con tv, aire acondicionado y baño propio! ¡Eso sí que fue llegar y besar el santo! Pasadas unas 27 horas desde que salí de casa me acosté, por fin, en la cama.

Hoy me he levantado sobre las 10. Me duché, vestí y comí unas galletas que me sobraron del viaje. Salí de la habitación y al llegar a la cocina vi a la señora de la limpieza de Balark, una mujer de Santarem cuyo nombre he olvidado por completo. Me había preparado un desayuno de campeonato con café; leche; cereales; mantequilla; tostadas; queso fresco etc. El apartamento es muy bonito, tiene muchas habitaciones, un par de comedores, cuatro sofás y unas vistas espectaculares sobre Manaos. El anfitrión parece tener buen gusto, a tenor de las esculturas, los cuadros y la música que veo por doquier. Vive con Tulio, un dentista de Minhas que es encantador. Desconozco su relación.

Hacia mediodía ha llegado Tulio, muy elegante vestido todo de blanco. Hemos estado hablando de su vida; de Brasil y su condición de país “eternamente emergente”; de Lula, Dilma y el PT y de Manaos. Es un tipo encantador, educado y culto. Más tarde ha llegado Balark, que es algo más tímido pero extremadamente sensible, y hemos comido los tres. Carne; feijoa; huevo; arroz y para beber un zumo de una fruta amazónica muy ácida. El café, muy bueno. Hemos charlado de la historia del país y de las bondades de couchsurfing. Balark tiene amplios conocimientos de historia, y me ha explicado cómo hasta hace pocos años Brasil vivía de espaldas a Sudamérica. Por suerte parece que la situación está cambiando y el gigante se está reconciliando con los países de habla hispana.
Por la tarde antes de ir a su trabajo me ha acompañado a una agencia que organiza viajes al Amazonas: Antonio’s Jungle. El nombre no está muy currado, espero que se haya rebañado los sesos en lo que realmente importa: que el guiri en cuestión aprecie la selva en todas sus dimensiones. Me han explicado en qué consiste la salida y finalmente me he decidido a comprar el pack. Sé que es una turistada, pero creo que toca pasar por el aro, como cuando vas al Perito Moreno o subes al Machu Picchu. Después de soltar los primeros billetes del viaje me he ido a pasear por Manaos. He podido comprobar que el calor es asfixiante y que no hay una calle limpia y sin baches. Los minusválidos aquí deben practicar trial para moverse de un sitio a otro. Sé que no conozco bien la ciudad, pero me parece, a primera vista, fea con ganas.
No hay apenas atractivos arquitectónicos, humanos o paisajísticos. Lo poco que se salva es un teatro barroco de 1899 que se construyó durante la fiebre del caucho; una época en que Manaos era una ciudad próspera y rica (¡el primer lugar de Brasil que tuvo electricidad!). Tras la visita guiada que nos hizo una chica a una pareja de americanos y a mí (que consistió en leer lo que ponía las placas de cada estancia), volví a casa.
Más tarde hicieron acto de presencia Tulio y Balark, y cenamos diferentes bollos y frutas tropicales. Cerca de tres horas estuvimos hablando de Brasil; de su historia; de Europa; de la relación de Brasil con los demás países etc. Fue una velada para enmarcar, y una clase magistral de política e historia brasilera que necesitaba antes de empezar a conocer el país. Sé que ni todos los huéspedes serán así ni que todos los brasileños tienen tanta cultura y predisposición, pero si el creador de couchsurfing estaba pensado en alguien cuando montó la página web es en Balark.

Bueno, después de este rollo que acabo de meter me voy a dormir. Es tarde y mañana tengo que estar a las 7 am en la rodaviaria (estación de buses). Me esperan tres días y dos noches sin lavabo y con muchos mosquitos. El lunes (o segunda feria, como dicen aquí) ya os contaré cómo ha ido todo y colgaré las fotos pertinentes.

13 septiembre 2011

El Amazonas en cifras

Nunca he sido de una persona de cifras. Aprobé Matemáticas siempre por los pelos en el instituto, y ya en la universidad asignaturas como Estadística o Probabilidad se convirtieron en mis bestias negras. Por todo ello, ya desde un buen inicio me refugié en las letras, un mundo que tampoco domino como me gustaría pero que me parece más relativo; un campo en el que lo tienes que hacer muy mal para destacar negativamente. Aunque no me gusten los números, reconozco que no solo son necesarios en el quehacer diario, sino que también ilustran a un lector /oyente acerca de un paraje, empresa o suceso histórico. Tanto o más que una buena descripción o una fotografía.
Todo esto lo digo en relación a la primera entrada que escribiré en este blog sobre un lugar de Sudamérica, unas coordenadas en las que en pocas horas (si no pierdo ninguna conexión aérea) me plantaré: el Amazonas.

Como aún no me asomado a la orilla de este mar fluvial sólo puedo hablar de él por lo que he leído, y reconozco que pocos sitios me han impresionado tanto; ahora espero que la realidad no me defraude. Sabía, como todo el mundo, que el Amazonas es el río más caudaloso del planeta, pero desconocía que aporta cerca del 20% del agua dulce que reciben todos los mares y océanos. Tampoco sabía que entre todos sus afluentes -más de mil- suman aproximadamente 40.000 kilómetros de vías fluviales o que cien millas adentro de la costa atlántica aún se puede encontrar agua dulce. La columna fluvial del continente (la vertebral son los Andes) nace en Perú y muere 6.800 kilómetros más tarde en el Atlántico, después de atravesar nueve países: Brasil; Bolivia; Perú; Ecuador; Colombia; Venezuela; Guayana; Guayana Francesa y Surinam. Según el Servicio Geológico de Estados Unidos, vierte unos 226.000 metros cúbicos de agua por segundo. ¿Es mucho? Pues creo que sí, teniendo en cuenta que es cinco veces superior al río Congo (el segundo más caudaloso del mundo) y sobre todo comparándolo con los escasos 500 m3 que suelta el Ebro cuando llega al Mediterráneo. El ancho de su desembocadura supera los 300 km de longitud, y a su paso por Santarem, por ejemplo, tiene una anchura de “sólo” 16 km. Cuando el Amazonas muere en el Atlántico se topa con una isla del tamaño de Dinamarca. Se llama Marajó, y los habitantes del lugar cabalgan sobre bueyes. ¿Casualidad que se halle una isla de tal tamaño en ese lugar? No, es el producto de miles de sedimentos arrojados a lo largo de miles de años por el Amazonas.

Pero si estas apabullantes cifras no impresionan, permitirme que ejemplifique la majestuosidad del Amazonas con un fenómeno no numérico. Cerca de Manaus, la capital brasileña de la región, se produce el Encontro das aguas; es decir, confluyen el río Negro (un afluente) con el Solimões (que es como llaman en Brasil al Amazonas en ese punto). Resulta que el río Negro tiene una velocidad de 2 km/h y una temperatura de 22º, mientras que el Solimões fluye a 5 km/h y su temperatura es de 28º. La consecuencia de todo ello es que ambos ríos corren de lado durante más de 6 km sin mezclarse, lo que provoca que los peces se atonten y los delfines tengan un festín asegurado.

Y antes de acabar, un poco de etimología. El origen del nombre es, como sucede habitualmente, confuso. Una versión afirma que fue Francisco de Orellana quien después de enfrentar-se a una tribu en la que se defendían tanto hombres como mujeres bautizó con el nombre de Amazonas (mito griego de las guerreras) este río. A modo de anécdota, he leído también que no es que las mujeres de dicha tribu fueran tan feroces, sino que algunos de sus miembros eran hombres imberbes que parecían mujeres. La otra versión del origen del nombre de Amazonas es que una tribu, los mayaroara, le llamaban así (sonaba de esta manera a oídos de los españoles conquistadores), y así se quedó. Por cierto, según wikipedia en indígena Amazonas significaba “Rompedor de embarcaciones”. La verdad es que ambos orígenes me parecen inverosímiles, así que intentaré descubrir la versión verdadera ya sobre el terreno.

Después de mitificar el Amazonas dejarme que desmitifique un personaje histórico: el Che. Los que hayan visto Diarios de motocicleta recordarán que cruzó a nado el río para celebrar su cumpleaños con unos leprosos residentes en un hospital. Pues según he podido leer no cruzó a nado el Amazonas. Sí que lo hizo en cambio un esloveno, Martin Strel, que además se atrevió a nadar más de 5.000 km de este río guerrero.

A parte de Diarios de motocicleta, una buena película que permite descubrir lo que debe ser el Amazonas en su curso medio es “Aguirre o la cólera de Dios”, de Werner Herzog.

Pd. Algunos de estos datos los he extraído de un magnífico reportaje escrito por Josep María Bernadas para la revista Altaïr número 63 dedicada al Amazonas.

Fotos: wikipedia

05 septiembre 2011

“Vive cada día como si fuera el último”

Se acerca el día D. Estos días en Barcelona carezco de rumbo. Hasta la fecha siempre había tenido la vida programada. Estudios, trabajo, rutina...hoy en cambio vivo en el limbo. No soy un parado ni busco trabajo, así que tengo que esperar aún 10 días para coger un avión (bueno, cuatro) y plantarme en Manaus, la capital del Amazonas.

Aunque estos días ando un poco perdido, intento hacer las cosas que siempre me ha gustado hacer: asistir a conciertos, quedar con amigos y familia, y hacer pequeñas salidas. Y resulta que casi todos con los que hablo me animan a que haga esta viaje: "qué envidia me das", suelta uno; "yo si pudiera te seguiría", añade otro. Sé que no todo el mundo puede permitirse hacer un reset en su vida y lanzarse al vacío como haré yo. Los hijos y en menor medida las hipotecas atan. Muchos, en cambio, sí que pueden (podéis). Tan solo hace falta pasar a la acción.

Algunos meses atrás vi un vídeo del gran Steve Jobs, alma máter y cerebro de Apple que lamentablemente vuelve a estar de actualidad debido a su delicado estado de salud. En él se ve a Jobs ofreciendo una conferencia a a unos recién licenciados en Derecho de la prestigiosa universidad de Stanford, unos estudiantes que se comerán el mundo y nunca andarán mal de dinero. Yo no me licencié en Harvard ni Yale, pero tomé buena nota de su discurso, Mr. Jobs. Espero que también os ayude a vosotros.

Ahí va el video (en dos links).
Parte 1
http://www.youtube.com/watch?v=iDthxlLI3KA&feature=related
Parte 2
http://www.youtube.com/watch?v=ImOA3pz6Z8Q&feature=related