28 diciembre 2011

Descendiendo por la costa argentina

Aunque me considero un animal urbano, la necesidad de respirar un poco de aire puro y hacer de pixapins, como decimos en Catalunya, me lleva a visitar el mundo rural cada pocas semanas. Así que después de recorrer Buenos Aires del derecho y del revés puse rumbo al sur. Mi intención era (y lo sigue siendo) pasar el fin de año en Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, según venden muy bien los argentinos. Ya que lo voy a pasar solo, como mínimo que sea en un lugar especial. Saltándome a la torera Mar del Plata, ciudad que no me interesa lo más mínimo y menos en verano, cogí un autobús directo hasta Puerto Madryn, capital de la provincia del Chubut. Éste fue mi primero contacto con los “famosos” buses argentinos, y tengo que admitir estuvo a la altura. Elegí un semi-cama, más barato que el cama pero suficientemente cómodo, para hacer un trayecto de cerca de 21 horas que pasé durmiendo. Nos dieron una bandeja de comida como en los aviones y pasaron una película infumable de la que no recuerdo ni el título.

Puerto Madryn
La capital del Chubut es una ciudad bastante fea que vive de fabricar aluminio y del turismo, pero sus alrededores, por suerte, son preciosos. Más allá de esta urbe de tamaño medio sólo hay infinitas extensiones de campo yermo de color ocre tintado por pequeños arbustos de un verde apagado. El único movimiento que se ve en el horizonte son algunos guanacos que saltan libres por el campo y los coches y camiones que circulan en fila india por las kilométricas carreteras de línea recta. Tal y como llegué a la estación de autobuses me dirigí al hostal La Tosca, ya que había leído buenas críticas por internet la noche anterior. El lugar resultó ser una fantástica elección; un pequeño jardín comunitario permite a los huéspedes charlar y conocerse, todos los espacios están limpios y el personal es servicial y atento. Allí conocí a tres franceses y a una brasileña bastante alocada que viajaba con su hijo pequeño con los que hice un par de excursiones.

El primer día alquilamos unas bicis y nos fuimos hasta Punta Lomas por un camino de arena que discurre paralelo a la costa. Me impresionó tanto el intenso azul del mar como que no encontráramos nadie a pesar de que estamos en pleno verano argentino. Los más de treinta kilómetros que hicimos acabaron con la salud de mi culo. Otro día me apunté a una excursión que ofrecían en el hostal (de hecho sólo hacía de intermediarios) para visitar Punta Tombo, la colonia de pingüinos Magallanes más grande de América. En ella se reúnen cerca de un millón de esta especie de pingüinos durante el mes de diciembre y enero. Pl grupo con el que me tocó la visita era muy reducido: la brasileña con su hijo, una pareja de catalanes de luna de miel y servidor. Fue muy divertido pasear entre estos pequeños animales y verlos nadar, andar o aparearse.

Y la tercera excursión que hice estando en Puerto Madryn fue a la Península Valdés, una gigante porción de tierra patagónica que se adentra en el mar. Allí fuimos con los franceses y la brasileña en un coche alquilado. Valdés es famosa porque aquí, dependiendo del mes del año, vienen a aparearse o a tener crías infinidad de animales marinos. Llegamos un par de semanas tarde para ver ballenas francas australes y un mes temprano para ver como las orcas atacan a leones marinos en Punta Norte. Sin embargo, pudimos contemplar como tomaban el sol o se peleaban pingüinos, leones marinos y algún elefante marino despistado. El paraje, aunque no se vean ballenas, es espectacular, y bien mereció la pena la paliza en coche que nos pegamos.

En La Tosca fue donde pasé la Nochebuena y el día de Navidad. Si bien aún no he tenido tiempo de sufrir morriña, la noche del 24 tuve presente todo el tiempo a la familia, que estaría comiendo botillo y gritando como animales en la casa de Fresnedo de Mariano y Tere. Lamento no haber participado en el 'Amigo (enemigo) invisible' de este año ni oír a Queco cantar el himno del Atleti. Aun así, en esta lado del mundo también discurrimos para pasar una buena noche. Nos juntamos todos los mochileros del hostal y compramos carne que Rodrigo, el cocinero, se encargó de asar en la parrilla. Tanto en Argentina y Uruguay, donde se hacen asados cada mes, todo grupo de amigos / familia tiene un 'elegido' que se encarga de cocinar la carne, y Rodrigo, por fortuna, lo hace muy bien. Italianos; franceses; israelitas; noruegos; sudafricanos y argentinos nos hicimos de familia y ayudados por demasiadas botellas de vino argentino y fernet destrozamos los idiomas que teníamos en común.

Los días pasan rápido, sobre todo cuando estás activo, y habiendo dado buena cuenta de lo más interesante a muchos kilómetros a la redonda de Puerto Madryn tocaba mover ficha y seguir viajando hacia el sur. En esas que la mañana del lunes me dejaron en una gasolinera de Trelew y me puse a hacer autoestop, ya que por estas latitudes es seguro. Tuve suerte y en apenas diez minutos un camionero argentino me paró y me llevó unos 400 kilómetros, hasta Comodoro Rivadavia, la capital del petroleo -y de YPF- del país. Durante las más de cinco horas de trayecto, Mariano, así es como lo bautizaron, tuvo tiempo de contarme como le había llovido del cielo hacía una semana una herencia millonaria y yo, por mi cuenta, tuve tiempo de pegar una cabezadita mientras él se limitaba a mantener el volante firme por la carretera sin curvas.

Al llegar a Comodoro constaté en pocos minutos que la ciudad era incluso más fea que Puerto Madryn (aunque menos que Río Gallegos, aunque en ese momento no lo sabía), por eso volví a alzar el dedo con la intención de hacer noche en otro lugar. En esta carretera de más de tres mil kilómetros, la N 3, hay muy pocas poblaciones, por lo que a veces te ves obligado a viajar centenares de kilómetros para encontrar el siguiente núcleo urbano. En el segundo intento de autoestop estuve cerca de una hora esperando bajo un sol de justicia hasta que me levantó, como dicen acá, Jorge, otro camionero argentino. En esta ocasión, debido a que su ruta lo desviaba al interior, sólo me pudo acompañar unos 90 kilómetros, hasta Caleta Olivia.

Pensaba quedarme a dormir en Caleta, más pequeño que Comodoro, pero tras deambular por sus calles buscando un hostal barato y al ver que no había opción económica decidí comprar un billete de bus hacia Río Gallegos. Esperé una hora en la estación hasta que ya siendo negra noche me subí a un flamante Andesmar que me llevó por media Patagonia hasta llegar a la capital de Santa Cruz. Y aunque toda la costa atlántica de argentina y la monotonía de la Patagonía son preciosas, tengo que decir que la mayoría de ciudades de la zona son feas, grises y anodinas. Tal vez Río Gallegos, la ciudad que vio nacer a un ahora mitificado Néstor Kirchner, se lleve la palma. Pero una vez aquí el cansancio me venció, por eso decidí buscar una posada y dejar para el día siguiente el viaje a Ushuaia.

Aunque le he dado una oportunidad a Río Gallegos, no merece ni medio día de visita. Las calles, como en Comodoro o Caleta Olivia, están muy mal cuidadas, y las cuadrillas de perros callejeros destrozan las bolsas de basura que se dejan en la calle y esparcen todos los desperdicios. Incluso el paseo por el río, lo único bonito que podrían tener cuidado, está en pésimas condiciones. Con este panorama y con unas ojeras que me llegan al suelo, he comprado un par de cosas en el súper y me recluido en el hostal, donde ahora estoy escribiendo estas líneas.

Mañana miércoles temprano zarpo rumbo a Ushuaia, en teoría la ciudad más austral del mundo a pesar de que creo que hay una chilena más al sur. Allí quiero quedarme unos cuantos días para hacer excursiones por los parques naturales de la zona y será donde pase la Nochevieja.

Nos leemos en Tierra de Fuego.

Audio: Cumbiera intelectual (Kevin Johansen, un cantante argentino-americano)

Audio 2: Y como en Brasil no puse canciones, aquí va una muy buena que me hizo descubrir Guillem: Ainda bem (Marisa Montes)

Lo mejor de la costa argentina
Miles de kilómetros de playas desiertas y acantilados
Una fauna marina espectacular, de documental del National
El paisaje hipnótico de la Patagonia y sus kilométricas rectas
Las actividades a hacer (avistar ballenas, bañarte con focas, kitesurf etc)

Lo peor de la costa argentina
Se necesitan muchas horas para recorrer los puntos de interés
Pocos pueblos significa pocos hostales y precios más caros
La fealdad y dejadez de las ciudades costeras

Precios de la costa argentina (1€= 5,7 Pesos)
Una noche en el hostal La Tosca (Puerto Madryn): 70 Pesos
Excursión de todo un día a la reserva de pingüinos de Punta Tombo: 250 Pesos
Entrar a la reserva natural de Punta Tombo: 35 Pesos
Alquiler y gasolina de un coche en una excursión de unos 400 km : 120 Pesos (cada uno)
Bus nocturno con servicio de Caleta Olivia a Río Gallegos: 255 Pesos
Una noche en el hospedaje Elcira (Río Gallegos): 70 Pesos

24 diciembre 2011

Buenos Aires, La Capital

Tres semanas en la capital de Argentina, Buenos Aires, me ha servido para conocer un poquito esta gran ciudad y a sus moradores, los porteños. Así es como se llama a los argentinos que residen en el Gran Buenos Aires, una megaurbe que alberga cerca de 13 millones de almas, un tercio del país. Como Argentina es tierra de tópicos (tango, carne y soberbia), al igual que lo es España (flamenco, paella y sangría) o Catalunya (Guadí, tacañería y pa amb tomàquet), voy a tirar yo también de tópicos, arriesgándome a que algún porteño despistado acabe leyendo estas líneas.



Llegué a Buenos Aires (BsAs) por mar, en concreto en un cómodo ferri que me trasladó desde Colonia Sacramento (Uruguay). Los uruguayos que conocí (encantadores todos, por cierto) hicieron hincapié en diferenciarse de los argentinos, de los que no me dieron muy buena prensa, aunque sí diferenciaban a los porteños (que detestan) del resto de argentinos (que les cae bien). Según éstos, los argentinos han intentado apropiarse de Gardel (se lo disputa también Francia), del dulce de leche y hasta del candombé. Prepotentes; engreídos; chulos; egocéntricos o divos son algunos de los adjetivos más usados para definir al porteño de a pie, y mal me pesé, en demasiadas ocasiones he visto cumplirse el tópico. He conocido gente muy maja, servicial y simpática, pero en comparación con Brasil, Uruguay o Paraguay, aquí me he llevado bastantes borderías gratuitas. Tal vez se deba a que mi español destina acento gallego...

Los primeros días estuve alojado en casa de Lurdes, una argentina que acogí en Barcelona cuando estuvo visitando Europa. Lurdes vive en Caballito, el típico barrio de clase media de la capital, lleno de gente que va arriba y abajo y de negocios de todo tipo. Me gustó llevar la ropa a la lavandería (mucha gente no tiene lavadora aquí); pasear por el mercado del Progreso (donde saboreé las mejores empanadas hasta la fecha); cortarme el pelo en una barbería o comer en una parrillada. Los primeros días hice turismo solo por los lugares más típicos de la ciudad, aunque Lurdes también me sacó de fiesta con sus amigos y conocí una tanguería alternativa que me encantó: la Catedral.

Más tarde llegaron mi madre y Josep, con los que estuve una semana. Con ellos me alojé en un confortable hotel en el lujoso barrio de Belgrano, y pude degustar la deliciosa carne que ofrecen algunos de los mejores restaurantes de la capital, como La gran parrillada del Plata o Desnivel, un clásico de San Telmo. También nos acercamos en una excursión de un día a Tigre, una preciosa localidad sobre el delta del Paraná a escasa media hora de Buenos Aires que tiene canales en lugar de calles. Vendría a ser una Venecia o Ámsterdam argentina, pero donde hay casas con jardín y no edificios de varias plantas. Casi todas las casas tienen jardín y para ir al súper, a la escuela o al hospital se precisa coger (tomar) una barca. A Tigre volvía a ir con Chicho y Nat, que también hicieron acto de presencia por la capital, aunque sólo fuera un par de días.


Finalmente, antes de abandonar Buenos Aires, estuve alojado en casa de Ester, prima de mis primos Lucía, Ana y Celsín, de Ponferrada. Me acogió como una madre y me llevó a pasar el fin de semana a la costa, donde pude conocer pueblos turísticos, como San Bernardo o Pinamar, y otros menos concurridos pero muy bonitos, como Cariló.
Como en Buenos Aires he estado mucho tiempo, más que explicar qué he hecho cada día voy a destacar los sitios en los que he estado:

Belgrano:Barrio bien, tiene algunas plazas agradables y las aceras están completas. Hay bonitas cafeterías y es un lugar seguro.
Palermo:Uno de los barrios de moda. Restaurantes de todas las nacionalidades, mercadillos de artesanía los fines de semanas y parques.
San Telmo:Uno de los barrios más antiguos. Calles empedradas, buenos restaurantes y bien comunicado. Los domingos puedes ver bailar tango en su principal plaza, Dorrego. Aquí se come muy buena carne en Desnivel y La gran parrilla del Plata, y también se encuentra Mafalda sentada en un banco de metal, siempre acompañada por guiris que se hacen (hacemos) fotos con ella.
Recoleta:Barrio de clase media / alta. Lo mejor: el cementerio, donde reposan los cuerpos mortales, entre otros, de Evita Perón (no es la tumba más bonita).
Once:La zona más internacional. Aquí es muy fácil ver a judíos ortodoxos pasear por las calles. Está lleno de comercios y vida.
Boca:Barrio humilde, en la zona sur. Destacan Caminito (famosa calle de colores que da al puerto) y el estadio de una institución nacional como es el Boca Juniors. Por la noche no es un barrio muy recomendable, y el hedor que sale del puerto ensombrece un poco el paseo.
Puerto Madero:Muelle industrial reconvertido en uno de los barrios más lujosos de la capital. Incluye un canal y un puente de Calatrava. Hay buenos restaurantes, pero poco más.
Obelisco:No tiene nada en especial, salvo que marca el centro (o uno de los centros) de la ciudad. Situado en la Avenida 9 de Julio (la calle más ancha del mundo) con Avenida Corrientes.
Avenida Corrientes:La calle con más vida de Baires, llena de teatros, cines, restaurantes y muchas librerías. Pasear sin prisa por esta avenida y ojear libros de segunda mano es de lo mejor que se puede hacer en esta ciudad.
Plaza de Mayo:Centro político de la ciudad. Aquí se haya la Casa Rosada (que se puede visitar), el Museo de la Casa Rosada (ideal para ponerse al día con la historia política del país y conocer sus próceres), el Cabildo (el ayuntamiento de Capital, también visitable) y la Catedral. En esta plaza acaban casi todas las manifestaciones que se organizan en la ciudad (que son varias a la semana) y los jueves se concentran, desde hace más de 30 años, las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo.
Lavalle / Florida: Son dos de las calles con más comercios de la ciudad. Aquí colisionan constantemente ejecutivos con prisa con turistas despistados. Abundan vividores y carteristas.
Plaza del Congreso:A parte del Parlamento de la Nación, aquí se encuentra el cine de la Academia Argentina, donde se pueden ver pelis a tan solo 8 pesos (unos 1,5 euros aprox).
Esma:La ex Escuela Mecánica de la Armada fue durante la última dictadura militar (1975-83) uno de los mayores centros de detención, tortura y aniquilación de elementos subversivos del sistema. Su visita es imprescindible para entender la historia reciente del país. También vale la pena ver la nueva película que habla sobre la creación de las Abuelas de la Plaza: “Verdades verdaderas”.


Lo mejor de Buenos Aires:
Es una ciudad muy activa, donde siempre hay conciertos (de artistas internacionales) y que vive hasta altas horas de la madrugada.
La infinidad de librerías que hay por toda la ciudad, sobre todo en la Avenida Corrientes, donde venden libros de segunda mano a muy buen precio.
El más que asequible precio del transporte público y taxis.
El cementerio de Recoleta.
La Plaza de Mayo, donde se concentra el Cabildo, la Casa Rosada y la Catedral.
La Avenida de Mayo, que alberga cafés como el mítico Tortoni.
Los barrios de Palermo y San Telmo.
Los restaurantes parrilladas, donde ofrecen muy buena carne y vino nacional a buen precio.
El nuevo barrio portuario de Madero.
Tener la bonita población de Tigre a sólo media hora en tren.
Películas a 8 pesos en el cine de Plaza Congreso.

Lo peor de Buenos Aires:

No es una ciudad especialmente bonita ni con muchos atractivos turísticos destacados. Es mejor vivirla que visitarla.
La polución y tráfico de las calles principales.
La poca simpatía de algunos vendedores / camareros.
La inseguridad de algunos barrios.
El estado lamentable de muchas aceras.
Es una ciudad que aún le da la espalda al mar.

Precios de Buenos Aires: (1€ = 5,7 Pesos argentinos)
Una noche en Hostel Ritz (no hotel!) en habitación de tres: 100 Pesos
Una noche en Hostel ideal en habitación de ocho: 56 Pesos
Parrillada en Desnivel: 120 Pesos por cabeza
Periódicos: 3,8 Pesos
Billete sencillo de bus o metro: 1,1 Peso
Show Café Tortoni: 120 Pesos
Tres empanadas más bebida: 18 Pesos
BigMac en McDonald’s: 35 Pesos
Bus a la Plata: 15 Pesos
Comer de menú: 48 Pesos


A partir de ahora voy a incorporar una canción en cada entrada, ya que es una pena que la música que voy escuchando por aquí no tenga cabida en el blog. Empezaré con una canción de un grupo muy famoso en Argentina, Bersuit Vergabat, que hace una graciosa autocrítica del país. En ella muestran la cara y cruz de Argentina. Lo mejor, la letra.

Audio: La argentinidad al palo (Bersuit Vergabat).

02 diciembre 2011

Montevideo, la ciudad tranquila

Tal y como pasa con el país, poca cosa se sabe en Europa de Montevideo, por lo que tras visitarla te sorprende gratamente. La capital de Uruguay es una ciudad mediana, de millón y medio de habitantes aproximadamente, así que la mitad del país vive en ella. Tiene un centro histórico abarcable a pie, donde se concentran los principales puntos de interés. Destacan, bajo mi punto de vista, la rambla (el paseo marítimo que protege el centro del mar); el Teatro Solís (donde actuará La Fura dels Baus en diciembre); las plazas de la Independencia y la Constitución; sus callejuelas llenas de negocios; el histórico y ahora abandonado barrio sur; y Palermo.

La primera noche en Montevideo me alojé en casa de Mauro, un sobrecargo de la aerolínea nacional que vive en el apacible barrio de Malvín. Mauro es un tipo espléndido de cuarenta años y padre de un adolescente. Tras dejar mi mochila en su casa nos fuimos a la playa, a tiro de piedra de su piso, donde conversamos un buen rato. Hablamos de Uruguay; de Argentina; de la relación entre ambos países; de la dictadura; de cómo hacer un buen mate; de política, arte y fotografía. La verdad es que esta larga charla me recordó mucho a las que mantuve con Balark, en Manaus, y es que hasta cierto punto ambos personajes comparten intereses y manera de ser. Mauro es extremadamente culto y educado. Es una persona leída y que, por motivos de trabajo, ha viajado mucho. Para ser sinceros, me sentí un poco mal al constatar lo mucho que sabía él de Europa y España y lo poco que conocía yo de Uruguay. Aunque precisamente para eso, para conocer el continente, me encuentro hoy aquí. Entre charla y charla tomamos mate y merendamos unos dulces deliciosos (este país es la perdición para cualquier diabético goloso), y antes de que se fuera a trabajar fuimos a cenar con su hijo a un restaurante casero de barrio que frecuenta el mismo Eduardo Galeano, vecino de la zona. En Varela me pude resarcir de tantos días a base de empanadas, y disfruté como un cromañón devorando tiras de asado y Pulpón (un tipo de carne). Su hijo se fue a casa de su madre, y como él tenía que volar me dejó las llaves de su casa para que me quedara a dormir. A la mañana siguiente se las dejé a una vecina y me acerqué a la casa de otra couch, Claudia, donde me quedé cuatro noches.

Gracias a Claudia conocí a otros uruguayos que forman parte de la comunidad de couchsurfing de la ciudad y también a otros españoles que han venido a estos lares en busca de trabajo o como expatriados bien remunerados. Fui a una fiesta de couchers que se celebró en una casa señorial convertida en una discoteca; acompañé por las calles de Palermo a una cuerda de candombé integrada exclusivamente por mujeres; vi el atardecer en la rambla; paseé el domingo por el variopinto y completo mercado de Tristán Narvaja; aproveché para hacer un par de entrevistas para mi otro blog (nodisparenalmensajero.wordpress.com); probé comidas típicas como el chivito o el gramajo, y me pasé horas en el agradable Centro de Cultura de España, donde había wifi gratis y una buena biblioteca.

Una de las cosas que más me han sorprendido de Montevideo es la intensidad con la que viven el carnaval (cuya fiesta dura más de un mes) y la cantidad de cuerdas de candombé que tienen. A pesar de que la comunidad negra es muy minoritaria, los montevideanos se preparan a conciencia para esta fiesta y ensayan muchas semanas antes de que llegue febrero. Y me sorprendió aún más que nadie me supiera explicar el por qué viven con tanta pasión esta fiesta. Sin embargo, me sigo quedando con los blocos brasileños y el ritmo que tienen los negros y mulatos en Brasil. También me ha impactado ver como en la trama urbana, repleta de edificios históricos preciosos (muchos de ellos decadentes) comparten calzada modernos coches con carromatos tirados por caballos. Y es que la crisis del corralito que vivió Argentina en el 2002 causó estragos en Uruguay. Ya se sabe, cuando Argentina estornuda, Uruguay agarra una pulmonía. A pesar de todo, Montevideo sigue siendo una de las ciudades más avanzadas y seguras de todo Latinoamérica.

Colonia Sacramento

Para llegar a Buenos Aires tenía dos alternativas: tomar un ferry directo o viajar en bus hasta Colonia Sacramento y allí subirme a otro barco. Como me habían hablado muy bien de Colonia y no tenía prisa, me decanté por esta segunda opción. En Colonia Sacramento estuve un día, tiempo suficiente para pasear por sus tranquilas calles y visitar los edificios más viejos de todo Uruguay. En el casco antiguo (Patrimonio de la Humanidad para la Unesco, 1995), de calles adoquinadas y repletas de casas de piedra, se respira historia, en concreto la recién historia del país. Aquí es donde se encuentran la primera iglesia de Uruguay y algunos de los edificios más antiguos. Y donde hace tres siglos había españoles que se peleaban con portugueses, ahora hay hordas de turistas cámara en ristre que ocupan las pocas calles que tiene el centro. A pesar de que hoy días se ha convertido en una ciudad muy turística y colonizada por argentinos, creo que aún merece la pena su visita. Y tras este corto paseo me despedí de Uruguay, ya que delante de mis narices me esperaba la gran Buenos Aires, y no la quería hacer esperar.

Lo mejor de Montevideo:
Su tamaño. Se puede visitar todo el centro y los puntos de interés a pie.
Es una ciudad rodeada de mar, así que tiene un bonito paseo desde donde observar la puesta de sol y playas urbanas.
La tranquilidad y poca violencia que registra.
Las pastelerías y restaurantes.
La amabilidad y educación de sus ciudadanos.


Lo peor de Montevideo:
Es una ciudad bastante cara, sobre todo algunos productos básicos del supermercado.
La decadencia de algunos barrios / zonas.
El ruido de los autobuses y la polución de las calles principales.

Precios de Montevideo: (1€=26 Pesos uruguayos)
Bus urbano: 18 Pesos
Desayuno a base de dulces de pastelería: 20 Pesos
Hamburguesa y bebida en puesto callejero: 100 Pesos
Cena a base de empanadas en un restaurante: 200 Pesos
Menú de mediodía: 180 Pesos
1 yogur: 25 Pesos
1 Coca-cola de dos litros: 60 Pesos
Bus de Montevideo a Colonia: 220 Pesos
Ferry de Colonia a Buenos Aires: 550 Pesos

26 noviembre 2011

La bellísima y desconocida costa uruguaya

Con mucha pena dejé atrás Brasil para seguir mi ruta al Sur. La siguiente parada era (de hecho lo está siendo) Uruguay, un país tranquilo y buena antesala de Argentina. Tras otro viaje maratoniano en bus llegué a medianoche a Chui, una ciudad frontera que en la parte brasileña se llama Chui y en la uruguaya Chuy. Deambulando por sus oscuras calles me topé con un motel abierto. Tenían cama libre, y aun su ruinoso aspecto, me dejé seducir por su precio. Me metí en la cama apestosa a naftalina agotado, esperando conciliar rápidamente el sueño, pero los gemidos que procedían de la habitación de arriba y los ronquidos inhumanos del vecino de la habitación de al lado me dejaron en vela un buen rato. Se ve que en estas latitudes también cumplen a raja tabla el lema de “sábado sabadete…”. A la mañana siguiente cogí un bus dirección al Sur.

La primera parada fue Punta del diablo, un pueblecito de lo más normal que se llena en el verano austral (enero y febrero). Como aún no estamos en temporada alta, encontré un acogedor y barato hostal donde quedarme: La casa de las boyas. Los dueños fueron muy simpáticos conmigo, y aquí empecé a valorar hablar un mismo idioma. Ciertamente, tantos años de dominio, conquista y exterminio dieron como mínimo un precioso fruto que es una lengua común, el español, que me está permitiendo conocer un país que hasta ahora era enigmático para mí. En Punta me quedé tres días, que actuaron en mi cuerpo y mente como un bálsamo. Aproveché para leer, pasear y sobre todo descansar. En el pueblo todavía no hay ni un alma, y las pocas personas que se ven por la calle están afanándose en preparar los negocios antes de que llegue la horda de turistas. A pesar de que no tuve buen tiempo, me gustó mucho el lugar, ya que el cielo gris, la fuerza del mar y la soledad de las playas me recordaron mucho a la última escena de la película The Road. Hice un picnic en una laguna que tiene el agua negra y poderes sobrenaturales (según la gente del lugar) y caminé por kilométricas playas solitarias, donde me encontré varias focas y otros animales muertos. Probé mi primer bocado de un Olímpico y un Chivito (dos tipos de bocadillos); bebí mi primer mate y desayuné mi primer dulce de leche. Me da la sensación de que voy a comer mejor a partir de ahora, aunque extrañaré los zumos que tomaba en Brasil.

Y como los días pasan y el tiempo apremia, hice de nuevo los bártulos y tras conectar varios buses locales y un jeep me planté en la siguiente parada: Cabo Polonio. Aquí sí que es para quitarse el sombrero y ponerse a aplaudir. Me explico. Cabo Polonio es un conjunto de casitas muy monas que se construyeron en un cabo, como su propio nombre indica. Sólo se llega con transporte local (unos jeeps gigantes en que la gente va enlatada como cerdos), no hay electricidad y un pintoresco faro preside el pueblo. En el verano también se llena de turistas, pero mucho menos que en La punta del diablo, y me comentaron que algún famosete hippie y hasta Jorge Drexler tenían casita aquí. La verdad es que es el lugar ideal donde retirarse una temporada para escribir un libro o prepararse unas oposiciones. La gracia del lugar es que no tienes absolutamente nada que hacer, excepto pasear, dormir o leer. La máxima atracción del lugar es una colonia de lobos marinos a la que te puedes acercar como si estuvieras en el zoo. Así que los tres días que me pasé en el Polonio hice lo propio: leer, tomar el sol, conversar con otros (pocos) viajeros y presenciar la puesta de sol más bonita de mi vida (ver fotos del Picassa). Aquí, como ya me pasó en La punta del diablo y en Brasil, fui atacado un par de veces más por pájaros, y descubrí que los protagonistas de la película pertenecen a una especie llamada Tero.

En el Polonio conocí dos argentinos y dos holandeses muy majos. No intimamos gran cosa, pero nos hicimos algo de compañía. Otro día lo pasé con Jordi, un joven de Manresa que está viajando por la zona antes de empezar su intercambio en Chile. Me gustó pasear con él por la playa y poner en común las sensaciones que teníamos del lugar y el país. Muy a mi pesar, y básicamente porque no tengo libro que escribir ni doctorado que presentar, dejé atrás este paraíso en la tierra para viajar hasta Montevideo, la capital del país. Lo que hay en esta apacible ciudad y lo que estoy haciendo, lo dejo para otra entrega.

PD. La tranquilidad y quietud de estos dos destinos cuando no es temporada alta, contrasta con Punta del Este, el balneario de Sudamérica. Esta población, primero ocupada por argentinos y ahora por gente de bien de todo el continente, es uno de los enclaves turísticos más visitados del continente y sin duda el más concurrido de Uruguay.


Lo mejor de la costa noreste de Uruguay
La tranquilidad que se respira desde marzo hasta noviembre
El paisaje de playas kilométricas
Poder ver animales como lobos marinos o pingüinos estado salvaje. Según el mes también se ven ballenas
La amabilidad de la gente de la zona
La claridad con que se ven las estrellas de noche

Lo peor de la costa noreste de Uruguay
Difícil acceso, sobre todo a Cabo Polonio
Falta de comodidades básicas, como agua caliente o electricidad (en Cabo Polonio)
Poca variedad de alojamiento y gastronómica
Precios bastante altos en general

Precios de la costa noreseste de Uruguay: (1€=26 Pesos uruguayos)
Una noche en hostal con desayuno includio: 300 Pesos
Cenar un plato de pescado, con bebida: 200 Pesos
Libros de oferta: 80 Pesos cada uno
Hamburguesa de pescado y cerveza: 110 Pesos

Conclusiones de Brasil

Después de algo más de dos meses recorriendo de norte a sur el país, creo que he aprendido algunas cosas sobre Brasil. La primera es coincidir plenamente con Tom Jobim, quien muy astutamente decía: “Brasil no es para principiantes”. Este es un gran país en todos los sentidos. Su tamaño da escalofríos. Siempre que subes a un bus sabes que te esperarán una media de 18 horas de viaje. Tantos kilómetros cuadrados dan para que dentro de una misma frontera haya paisajes rurales, urbanos y sociales bien distintos. En Brasil hay selva; desiertos; grandes pantanales; playas kilométricas desiertas y llanuras. Climas diferentes y hasta tres husos horarios. También cohabitan diferentes razas, desde las amerindias de estados como Amazonas o Rondonia a las más arias y europeas del sur. En la costa, sobre todo a la altura de Salvador de Bahía, hay negros africanos, y los mulatos se distribuyen por doquier. Recién leí que Brasil es el país con más negros del mundo tras Nigeria y con más japoneses después de Japón. Ahí es nada.

El brasileño medio es simpático y buena gente, como el resto de mortales. Me he encontrado a muchos que se han desvivido por ayudarme a encontrar un sitio o para indicarme una parada de autobús. Pero también me he cruzado con muchos otros que ni me han mirado o que han pasado de mí al ver que era gringo. Aunque para ser justos, creo que abunda más la primera clase que la segunda.


Lo que me ha quedado claro es que todos llevan en los genes dos cosas: ritmo y jeitinho. El ritmo, que se puede sentir en cada rincón del país, parece que es mucho más natural entre los descendientes de africanos y mulatos, pero lo del jeitinho es transversal. El jeitinho se podría traducir como “jeta” en el buen sentido de la palabra. Es la manera de salvar situaciones complicadas, embarazosas; es una manera de afrontar la vida. Hay jeitinhos agradables y loables, y otros que pueden crispar a un occidental acostumbrado a no salirse de la línea. El jeitinho llevado al extremo se puede confundir con corrupción. O lo que es lo mismo, que ellos, los brasileños, confundan algunas corruptelas con tener jeitinho.

También me ha parecido que es una sociedad bastante patriota; todos se declaran brasileños, sin fisuras. Pero aunque a priori formen una cultura inclusiva, aún hay racismo. Los blancos siguen ocupando, generalmente, los puestos de poder. Viven en lujosos barrios y tienen acceso a una educación y sanidad de calidad (privada). Y la mayoría de negros o mulatos, en cambio, están casi siempre dotados de cuerpos perfectos y sentido del ritmo pero ocupan casi siempre la franja más baja de la pirámide. No quiero que se me malinterprete: en Brasil no hay ningún apartheid, pero si tuviera que hacer un análisis chapucero sin estadísticas y con la percepción como único argumento, esto es lo que diría.

De los brasileños me ha encantado su actitud alegre ante la vida a pesar de sufrir problemas graves, sus ganas de progreso y su buen humor. También la variedad racial, la forma de hablar y la intensa manera con la que viven la música (en especial el carnaval) y el futbol. Y del país, me ha seducido el gran contraste de paisajes y climas, así como la gran variedad de frutas (y zumos) que hay. Respecto a la economía, aquí las cifras no engañan. Brasil es una auténtica locomotora que está creciendo con una fuerza incontrolable. Todos los sectores están en auge, y no es nada extraño encontrar europeos (sobre todo españoles, y más en concreto arquitectos) que han elegido el país como salida a la crisis. Lula, heredero de las reformas de Cardoso, ha situado el país en el mapa del mundo, lo ha colocado en el tablero de juego, y ha devuelto (o dado por primera vez) autoestima a los brasileños. Es una incógnita aún saber si tanta fuerza e inversiones acabarán dando sus frutos o si la corrupción y la falta de trabajadores cualificados convertirán este auge en un bluf.

Dejo Brasil con mucha saudade, pero con una idea en la cabeza que antes ni existía: no sería nada desorbitado que se convierta en mi hogar en un futuro cercano. Motivos y ganas para que eso ocurra, sobran.

21 noviembre 2011

Florianopolis, Santa Caterina (¿Europa?)

Subí a un lujoso autobús de la compañía Itaperimim un martes gris al mediodía en la ciudad más emblemática de Brasil, Rio de Janeiro, y bajé de él a la mañana siguiente en otra ciudad que aunque está dentro del país no parece en absoluto brasileña, Florianopolis. Floripa, como la llaman los locales, es la capital de uno de los estados más meridionales del país, Santa Caterina, y por ende de los más desarrollados. La mitad de esta ciudad está en la parte continental, y la otra mitad en una isla conectada por dos puentes. La isla de Santa Caterina tiene unos 50 kilómetros de largo por unos 18 de largo, y orográficamente se parece bastante a la isla de Lost (Perdidos). Hay montañas boscosas; lagunas; playas desiertas y gente con mucho dinero.

La primera noche me alojé en el youth hostel del centro y paseé por la apacible ciudad. Los parterres están cuidados; la gente hace cola ordenadamente; no hay papeles por el suelo, ni mendigos; tampoco hay contaminación acústica y parece que todos los ciudadanos lleguen sobradamente a final de mes. Es otra ciudad estilo El Show de Truman. Apenas hay variedad racial, y es que en el sur es donde más brasileños blancos hay de todo el país, descendientes de alemanes, holandeses, italianos y portugueses.

Después de desayunar en el mercado municipal tomé un autobús y me fui a pasear por algunas playas. La primera, la Mole, estaba plagada de jóvenes guaperas. Ellos, con los clásicos tatuajes tribales por toda la piel quemada y músculos de gimnasio. Ellas, también con un cáncer de piel avanzado, gafas grandes pero tangas minimalistas. Huí rápidamente de los chiringuitos donde abundaban estas Barbies y Kens y me dirigí hasta la siguiente playa, la de Galheta. Las pocas personas que me crucé eran todos chicos que iban cogidos de la mano. Aunque no había culos ni pechos que apreciar, me encantó pasear solo y tener como única tarea observar el mar, mucho más bravo, limpio y azul que el Mediterráneo.

Los dos siguientes días me alojé en casa de un extrovertido y viajado portugués que conocí en Couchsurfing. Tiago vive en una casa con siete portugueses más que están haciendo un especie de Erasmus en la universidad de Florianopolis. Me acogieron muy bien, y hasta me llevaron a una fiesta-barbacoa de unos amigos suyos. Con ellos pude comprobar que para los hispanohablantes es mucho más fácil de entender el portugués de Brasil que el de Portugal, y me tocó ruborizarme y disculparme varias veces por no haber pisado aún la tierra de Pessoa. Aproveché los días para visitar otras partes de la isla, básicamente playas solitarias. En Santa Caterina puedes ver, si tienes suerte, tortugas y ballenas. Yo, en cambio, sólo vi surfistas. Algo es algo.

Esta región, y en concreto la isla y la ciudad de Florianopolis, me pareció un buen lugar donde venir a descansar unos días con la pareja y familia o donde disfrutar de un retiro dorado. Es tranquila, segura, limpia y bonita; pero no es el Brasil que venía buscando y que sí encontré en el norte. Conocer un poco la parte sur del país me ha servido para confirmar lo que había leído y me habían dicho: Brasil no es un solo país, sino varios. Personalmente me quedo con su ecuador: donde hay samba y color; donde hay mestizaje y ruidos; donde hay movimiento y variedad. Y ese punto es Rio de Janeiro.


Lo mejor de Florianopolis:
Es una zona segura. No se sale con miedo a la calle
No hay desigualdades ni se ve miseria
Los paisajes son bonitos, y la calidad de vida muy alta
Sus kilómetros de playa, muchos de ellos vírgenes
Ideal para los amantes del surf
Bien conectada y con buenos transportes públicos

Lo peor de Florianopolis:
La poca variedad entre la población, tanto de raza como de clase social
No hay tanta vida por la calle, ni música ni vendedores ambulantes como en el Norte
Es una ciudad / zona cara
Clima más temperado que en el norte


Precios de Florianopolis (1€=2,4 Rs)
Un croissant: 2,5 Rs
Un zumo de naranja natural: 2 Rs
Una noche de hostal: 34 Rs
Un billete sencillo de autobús: 2,9 Rs
Una hora de internet: 4 Rs

14 noviembre 2011

La ciudad maravillosa

Nunca me apasionaron estos adjetivos pomposos que se dedican a algunas ciudades, parques naturales o incluso personas, pero en el caso de Rio de Janeiro creo que se queda corto. Después de más de dos meses recorriendo Brasil, Rio es el lugar donde me he quedado más tiempo (2 semanas). No tengo un motivo que explique por qué día tras día le decía al casero de la pousada Villa Alice “ainda não sei cuando vou embora” (aún no sé cuando me marcho), sino muchos motivos.

Llegamos a Rio procedentes de São Paulo, un exceso urbanístico que está en las antípodas de la ciudad del Corcovado. Nada más poner los pies en la estación de autobuses tomamos un taxi; era negra noche y llovía. Nos dirigimos al hostal, situado en el bohemio barrio de Santa Teresa, donde vive mi amigo y ex compañero de beca Pau. Hacía mucho que no lo veía, pero me parece que no han cambiado grandes cosas en él: fútbol, mujeres y un amor-odio por Brasil siguen siendo sus pilares vitales. Por fortuna tiene trabajo, y mucho más espero que le caiga en los próximos meses. Antes de contar qué hemos hecho en la ciudad me gustaría agradecerle públicamente todos y cada uno de los detalles que ha tenido con nosotros, que han sido muchos: desde llevarnos a todos los sitios interesantes de la ciudad; presentarnos a sus amigos; dejarnos dinero; tarjetas de metro; ropa o toallas hasta invitarnos a cualquier cosa. Pau, gràcies per la teva generositat.

En Rio de Janeiro hemos hecho de todo, desde el turista en chanclas que sube al Pan de Azúcar al vecino de barrio que va a comprar al mercado, pasando por el carioca que sale un sábado a una escuela de samba para ver los preparativos del Carnaval.

Los puntos más turísticos de Rio merecen ser visitados. Impresiona la vista de 360º que se tiene desde el Corcovado (y comprobar hasta donde llega la estupidez de los guiris, tomándose todos la misma foto) así como subir al carísimo Pão de Açucar para apreciar como la ciudad se ilumina cuando cae el anochecer. Pasear por Ipanema y Copacabana también es imprescindible. Mulatas culonas comparten metros de arena con gays musculosos y familias que meriendan estirados como emperadores sus toallas. Los surfistas sirven de decorado perfecto para los anuncios que se graban en uno de los puntos más famosos del mundo, mientras las parejas, ajenas a todos ellos, van al peñón del Arpoador (que separa Ipanema de Copacabana) para contemplar, cogidos de la mano, la puesta de sol.

También es interesante pasear por barrios residenciales, como Botafogo, Flamengo o Humaità, y comprobar como vive el carioca de clase media. La zona centro es un hervidero los días de entre semana, cuando se llena de hombres y mujeres de negocios que con prisas intentan esquivar a los mendigos que pedigüeñan por la calle. De noche, sin embargo, conviene ver el barrio desde la ventana de un taxi. Lapa es un mundo a parte. Este barrio, conocido por unos grandes arcos blancos por donde pasaba primero el agua que llegaba a la ciudad y después el tranvía, es la zona de fiesta por excelencia. Todos los días de la semana se llena de jovenes con ganas de marcha. Y el fin de semana, es tanta la gente que se da cita en este lugar que tienen que cortar las calles, tomadas literalmente por grupos de amigos que bailan y vendedores ambulantes de caipirinhas.

A parte de hacer vida en estos lugares imprescindibles de Rio, también visitamos la otra gran realidad (y conocida siempre sólo por la prensa) que son las favelas. Primero vimos las que conforman el Complexo do Alemão a vista de teleférico (ver fotos álbum de fotos del Picassa, a la derecha de este blog), un mar de casuchas de obra vista mal puestas que ocupan todos los metros cuadrados de los 'morros' cercanos a Rio. Pero no sólo hay favelas en las afueras de la ciudad, el mismo Rio está lleno de estas barriadas humildes. Nos adentramos en una que pacificaron hace un par de años, Santa Marta, y pudimos callejear con una guía turística amiga de Pau y un vecino de la zona. Es escalofriante constatar la penosa condición de vida que tienen los vecinos de estos inhabitables barrios que apenas distan unos metros de confortables barriadas como Botafogo. En Santa Marta, donde Michael Jackson grabó parte de su videoclip They don't care about us, pudimos charlar con vecinos, observar como los niños corrían felices por las laberínticas callejuelas que separan en apenas un metro las casas y comer fantásticamente bien en un bar minúsculo. A toro pasado, creo que nadie puede decir que ha visto Rio de Janeiro si sólo pasea por sus playas y sube al Corcovado; para entender su realidad es preciso también adentrarse en una favela. Como también es imprescindible salir de fiesta a una escuela de samba o a un club de funky, donde las mujeres clavan su generoso culo en las partes nobles de los chicos, que con una sonrisa en los labios intentan seguir el ritmo acompasado de la pareja de baile.

Pero la ciudad de Rio de Janeiro no es preciosa sólo por tener una orografía mágica, unas playas espectaculares o unos monumentos con vistas privilegiadas. Lo es también por la variedad de barrios que la conforman y por el pintoresco personal que la habita. Rio de Janeiro es el Corcovado; el Maracaná, la samba; los mendigos; Ipanema; los restaurantes de lujoy los puestos de comida callejera; las favelas; la alegría carioca; los pechos y culos siliconados; los hombres musculados que pasean sin camiseta; el caos de la Estación Central; la decadencia de Santa Teresa y la marcha de Lapa; los meninos da rúa...todo eso es Rio de Janeiro. Para mi, la ciudad más bonita del planeta.

Algunas recomendaciones cinematográficas:

- Tropa de élite (I y II): para entender no sólo como se vive en las favelas sino también para comprender el principal cáncer de esta sociedad: la corrupción).
- Estación Central de Brasil: la maldad y bondad de algunos brasileños.
- Autobús 174: los riesgos de moverse en transporte público.


Lo mejor de Rio de Janeiro
El paisaje de la ciudad
Subir al Corcovado y al Pan de Azúcar
Gran variedad de restaurantes y discotecas
Salir de fiesta por Lapa
Ir a una escuela de samba
Sus kilométricas playas
Visitar una favela pacificada
La alegría carioca


Lo peor de Rio de Janeiro
Es una ciudad cara
Ciudad peligrosa en algunos barrios (como Santa Teresa) a según que horas
Tiene un tráfico demencial en las horas punta
La decadencia en algunos puntos de la ciudad es exagerada, así como el perfume a pis


Precios de Rio de Janeiro (1€= 2,4 Rs)
Bus São Paulo - Rio: 68 Rs
Billete de autobús: 2,5 Rs
Cena en un rodizio de pizza: 25 Rs
Una caipirinha: 5 Rs
Un zumo natural: 4 Rs
Feijoada: 30 Rs
Subir al Corcovado: 46 Rs
Subir al Pan de Azúcar: 54 Rs
Menú del día: entre 7 y 15 Rs
Un trayecto de taxi: 15 Rs
Entrada en una discoteca: 20 Rs

08 noviembre 2011

Un gigante hostil llamado São Paulo

Dicen que la mejor manera de llegar a São Paulo es en avión y de noche. Preferiblemente aterrizando en el aeropuerto nacional, mucho más céntrico que el internacional. Los que llegan en avión cuentan que pasas entre rascacielos durante varios minutos, como si la ciudad no se acabara nunca, y algunos vídeos colgados en Youtube así lo atestiguan. Nosotros, en cambio, llegamos en bus, como siempre, después de otro mítico trayecto de 18 horas y provenientes de Foz de Iguazú; por lo que nos perdimos esta visión de la megapolis que es São Paulo, aunque también fue interesante discurrir por decenas de avenidas de varios carriles antes de llegar a la terminal de autobuses.

Esta ciudad de más de 12 millones de habitantes (su área metropolitana supera los 20) no tiene interés turístico alguno. Cuesta creer que en tantos kilómetros cuadrados no haya algún barrio histórico o vestigios de otros tiempos, pero así es. Tal vez lo más interesante pasar por la avenida Paulista y ver como conviven aún viejas mansiones de hacendados cafeteros de hace dos siglos con algunos edificios de oficinas de interés arquitectónico o pasear por algún parque. La grandeza de São Paulo, sin embargo, radica en su gente. Es sin duda alguna el motor de Brasil, la tierra de las oportunidades. A ella se dirigían hace años brasileños provenientes del interior; europeos de España o Italia y hasta japoneses (tienen su propio Japantown). Y a São Paulo se siguen dirigiendo aún miles de personas que buscan un futuro mejor. Quien vaya a esta ciudad pues, que no se espere la belleza de Rio o Nueva York. A cambio, tendrá museos con exposiciones de primer orden; restaurantes de mil tipos que no cierran nunca; barrios de ricos al lado de favelas; locales para cualquier tribu urbana y la sede de toda multinacional que se precie.

Estuvimos unos tres días en la ciudad y nos dio tiempo de perdernos en coche durante más de una hora por avenidas y puentes gigantes; cenar en una pizzería en la que te aparcan el coche y hasta de asistir a un partido de futbol: Santos- Atlético Paranense (con 4 golazos de Neymar, el ídolo del momento). Después de muchos hostales-pocilga a nuestras espaldas tuvimos la suerte de que un buen amigo de Barcelona que trabaja en la ciudad, Óscar, nos invitara a su casa, y la verdad es que fue muy agradable no tener que compartir habitación y baño con diez personas o poder ver los infumables programas de televisión desde el sofá y en calzoncillos.

Otra de las primeras cosas que te sorprenden de la ciudad es su banda sonora. A parte de las bocinas de algunos coches (el tráfico es terrible), no paran de sobrevolar helicópteros a todas horas. Para que os hagáis una idea: la ciudad tiene más de 300 helio-puertos y se realizan cerca de 200 vuelos diarios. ¿Y por qué hay tantos helicópteros en esta ciudad? Pues porque hay muchos paulistanos extremadamente ricos que van al trabajo o de compras en este medio de transporte.

Pero donde hay gente muy rica también hay gente muy pobre. El centro está plagado de mendigos, y las escuelas de pago avisan por megafonía a los alumnos cuando llegan sus padres a recogerlos para evitar que se esperen en la calle y los secuestren. ¿Ir al trabajo en helicóptero pero pensando que tu hijo puede sufrir un secuestro exprés es calidad de vida?


A pesar de la delincuencia que pueda haber en la ciudad, el pueblo se sabe divertir. Pan y circo, que se diría en Roma. Como en todo Brasil, el futbol es el deporte rey. Por eso nos gustó mucho ver como la torcida (afición) del Santos no paraba de animar a sus jugadores (y decir filho da puta al árbitro). Familias enteras pasando una agradable tarde de futbol. Fuimos con Óscar, nuestro anfitrión, con su jefe y el hijo de éste. Al salir del partido su jefe nos invitó a unos deliciosos bocadillos callejeros (siempre que gana el Santos comen allí), y más tarde tomamos unas cervezas en un barrio con mucho ambiente, Santa Madalena. Esa misma noche acabamos en casa de un amigo de Óscar, un tipo de lo más interesante. Bohemio y artista nos invitó a tomar cacao puro (¡espectacular!) y miel natural. Con unos socios tiene una empresa que se dedica a hacer estas movidas visuales: laborg.

Y a parte de futbol, pizzas, cervezas y paseos en coche por la ciudad, poco más hicimos. São Paulo no daba para tanto y, además, Rio de Janeiro nos estaba esperando.


Lo mejor de São Paulo
Su animada vida cultural y de negocios
Algunos edificios interesantes
El paisaje espectacular que representan kilómetros de rascacielos
Un buen transporte público y bien conectado con el resto del país

Lo peor de São Paulo
Los precios más caros de Brasil
Ciudad hostil para el peatón y los pobres
Inseguridad callejera en según qué zonas y horas
Pocos focos de interés para visitar como turista

Precios de São Paulo (1 €=2,4 Rs)
Bus Foz-Sao Paulo: 157Rs
Billete sencillo de metro: 2,9 Rs
Comida en un garito del centro: 16 Rs
Cena en pizzería de lujo: 60 Rs
Entradas para el futbol: 20 Rs

04 noviembre 2011

Cuando los tópicos se cumplen: Iguazú es una maravilla

En concreto, de la naturaleza. Llegamos a Foz a través de Ciudad del Este con la única intención de visitar las Cataratas de Iguazú. Para ser sincero, no me hacía especial ilusión ir a las cataratas, aunque tal vez por eso me sorprendieron muy gratamente. Cruzamos en bus a Argentina (también se pueden ver desde Brasil), hasta el pueblo de Puerto Iguazú. Allí comprarnos unas empanadas que resultaron estar deliciosas y unas frutas y pusimos rumbo a las cataratas, a las que se llega en 10 minutos. La entrada sólo cuesta 100 pesos (unos 20 euros) y te puedes pasar el día entero acercándote a varias de las más de 200 cascadas que hay en Iguazú. Por los senderos puedes avistar coatíes, pájaros de colores o caimanes, aunque la verdadera protagonista del lugar es la Garganta del Diablo. Aquí van algunas fotos del parque.




















Aparte de Iguazú también visitamos la presa de Itaipú, la segunda más grande después de la de Las tres Gargantas (China). Este prodigio de la ingeniería (que dicho sea de paso se cargó gran parte del ecosistema local) proporciona el 80% de la energía de Paraguay y cerca del 20% de la de Brasil. No aburriré con detalles técnicos ni comparativas; me limitaré a poner algunas fotos del lugar.







Precios de las Cataratas de Iguazú : (1€=5,8 pesos)
Entrada al parque: 100 Pesos
Bus desde Puerto Iguazú: 10 Pesos
Empanadas y frutas: 7 Pesos

Precios de la visita a la presa de Itaipú (1€ = 2,4 Rs)
Bus de Foz a Itaipú: 2,5 Rs
Visita guiada por la presa: 20 Rs