23 marzo 2008

The pink city

Jaipur es la capital del Rajastán, el estado más árido de la India y poblado por "tan sólo" 55 millones de personas. Esta región, se encuentra en el extremo occidente del país y forma frontera con los vecinos-"amigos" de Pakistán. La ciudad rosa, como también es conocida Jaipur (por el color ocre con el que pintan las casas y los palacios), no es muy bonita. Cuenta con cerca de 2,5 millones de habitantes, una zona fortificada, algún palacio, ruido y contaminación. Aún así, la mayoría de turistas que visitan el gigante asiático incluyen esta urbe en su itinerario, ya que queda de camino de otras dos ciudades, Jodpur (la ciudad azul) y Jaisalmer, la ciudad a las puertas del desierto.
A Jaipur fui con mi madre y su marido (Josep) de miércoles noche a viernes noche, aprovechando que me están visitando. Llegaron el domingo pasado, y el mismo lunes los envié a Benarés, la ciudad Santa para los hindúes. Pero volvamos a Jaipur.
Llegamos el jueves por la mañana después de un viaje en tren cama, y nos instalamos en el hotel Arya Niwas. El primer día visitamos el Palacio, donde aún vive un maharajá, el palacio de los vientos (el edificio más representativo de la ciudad y donde vivían las mujeres de palacio) y la zona fortificada. Paseamos entre bazares, pisé excrementos de diferentes animales y vimos vacas, monos, ratas, palomas, camellos, cerdos y personas. Nada fuera de lo normal aquí en la India.
Cenamos temprano y nos fuimos a dormir. Al día siguiente, visitamos bajo un sol de justicia (y cerca de 35 grados) el complejo astrológico que creó un noble (en el que se encuentra el reloj solar más grande del mundo, o eso dicen ellos), y asistimos a un festival de elefantes que hacen cada año. En el estadio Chaugan, dentro de la ciudad antigua, desfilaron decenas de paquidermos pintados para la ocasión. Al evento se colaron hombres con camellos y caballos, supongo que para dar más empaque y colorido. Pero tras una hora de ver pasar elefantes, nos fuimos a otro lado.
Cogimos un autorickshaw y le pedimos que nos llevara a una de las montañas que rodea a la ciudad. Allí, en lo alto, tras 45 minutos de baches y pitidos, divisamos una enorme hileras de casas bajas desordenadas de colores variados (aunque evidentemente predominaba el rosa): era Jaipur. Pero lo más impresionante no fueron las vistas (que junto al precioso atardecer resultaban mágicas), sino el ruido urbano que nos llegaba como un eco. Ladridos, cláxones, chillidos, conversaciones...escalaban por la falda de la montaña hasta llegar a nuestros oídos. Fue algo espectacular. La belleza de Jaipur apareció allí.

Audio: Read my mind (The killers).

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