29 febrero 2008

Alive

Hace varios días que no escribo en este blog; de hecho, creo que ha sido el parón más largo desde que llegué a Nueva Delhi. Las causas de tal inactividad son, como todo en la vida, variadas. Por un lado, el lunes por la noche llegó Àngels en su primera visita oficial -y espero que no última, con lo que no he tenido tiempo ni ganas de sentarme delante del pc a escribir. Por otro lado, no he gozado de una actividad extraordinaria estos últimos días ni he vivido situaciones inverosímiles. Bueno, de hecho, sí que las he vivido, pero el tiempo ayuda a relativizar las cosas y a no sorprenderte por escenas que los primeros días te ponían los pelos de punto.
El lunes por la noche salí de la oficina y me dirigí a casa. Descansé un poco y llamé a Kepi, un nuevo contacto que me pasó un español. Kepi es un indio de ascendencia nepalí que se dedica a hacer de taxista. Vive en mi mismo barrio, y resultó la receta ideal para ir al aeropuerto, ya que vas y vuelves a precio cerrado, algo que es de agradecer.
Me sorprendió que en el pequeño y polvoriento aeropuerto internacional Indira Gandhi te hicieran pagar para entrar. La muchedumbre espera fuera, mientras los chóferes de hoteles (con sus respectivos carteles de "Welcome Mr. Potato") y los familiares adinerados de los viajeros que llegan entran al hall. El tiquet cuesta sólo un euro, pero me pareció curioso el método usado para tener apartada a la gente "no deseable".
Y desde el lunes hasta hoy, poca actividad. Gandulería por las mañanas, comidas en el Blanco y cenas en un gran restaurante cercano a mi casa, y en uno cutre pero bueno y barato de Nizzamudin.
La única noche un poco diferente fue la presentación de unas marcas de aceite italianas y españolas que tuvo lugar en los jardines de la Embajada de España en la India. Copas, bandejas con aperitivos y poco más.
Esta noche nos socializaremos algo más, ya que hay un par de fiestas programadas. No obstante, iremos a dormir temprano porque mañana tempranito volamos rumbo a Goa. Objetivo: alquilar una moto, pasear por la playa, comer pescadito y darnos algún masaje.
No, no aspiramos a vivir grandes aventuras.

24 febrero 2008

Las dos caras de la India

El viernes fui testigo de una imagen que refleja fielmente las dos velocidades a las que se mueve la India, de hecho, las dos Indias que cohabitan pacíficamente, sin sobresaltos ni revueltas.
Al terminar de trabajar, sobre las 21 horas, me fui a casa de Ricardo con mi compañero de oficina, Agus. Allí nos encontramos a Manoj y Luis. Más tarde llegó el dueño del piso, Ricardo, acompañado de unos amigos suyos. Se trataba de una joven pareja india muy simpática y divetida.
Tomamos algunas cervezas mientras en la tele daban un partido de criquet; que coñazo de deporte. Pedimos unas pizzas y hacia medianoche nos fuimos a un bar pijo situado en el sud de Delhi, en el barrio de Saket.
Tabularasa es un bar-restaurante ubicado en la azotea de un moderno edificio. Aún me llama la atención ver cómo muchas oficinas modernas y elegantes se encuentran rodeadas de calles polvorientas y plagadas de baches.
El local estaba lleno de indios modernillos-pijos y algún occidental desfasado, como es de recibo. En el edificio delante, a unos 15 metros, decenas de obreros trabajaban a la luz de los focos levantando pilares y paredes. Hete aquí lo de las dos velocidades. Mientras unos afortunados -los menos- disfrutaban (-ábamos) de cervezas a diez euros, de música electrónica y de mucha niña mona pero ninguna sola, otros -los más- estaban dando al callo a las 2 de la madrugada sin arneses ni precaución alguna.
La estampa refleja a la perfección la metamorfosis que está viviendo el país, un gigante en el que unos pocos se están haciendo de oro gracias a que sus compatriotas son la mano de obra barata de todo el mundo. La India ya no es sólo miseria, suciedad, vacas en plena calle y un sistema de castas; la India es también Infosys, Tata, Wipro, Airtel y Reliance.
Aunque Tabularasa es demasiado pijo para mi gusto, estoy seguro de que volveré, aunque sea sólo para hacer una foto de la India actual.

22 febrero 2008

Con R de Rutina

Durante esta semana he saboreado por primera vez la rutina. Los días han ido pasando; sin sobresaltos, sin grandes vivencias, y ni anécdotas. Por la mañana he seguido apagando las tres o cuatro alarmas del móvil y me he seguido levantando con el tiempo justo para llegar a la oficina. En el trabajo, he seguido haciendo notas, las menos relevantes, evidentemente. Y por las noches, he alternado alguna cerveza con gente diversa en diferentes bares, con alguna cena acompañado y otros días solo en casa, con mis películas como única distracción. He pasado miedo con Bardem en "No es país para viejos", y me he excitado con una versión porno de "Caótica Ana", de Medem, que me he descargado por error.
El hecho más noticiable de la semana ha sido, tal vez, mis visitas al mecánico. La verdad es que cuando me compré la moto ya sabía que no tardaría en visitar un médico para ella. Y así ha sido.
El miércoles por la noche, al salir de trabajar, se desajustó el tubo de escape. Aunque funcionaba correctamente (todo lo "correctamente" que se le puede exigir a una moto como esta), hacía un ruido demencial. Me acordé de los "cholos" que apuran a sus motos de 50 cc cuando llegan, siempre de noche, a comprar al Opencor que hay debajo de mi casa de Barcelona.
La mañana del jueves, antes de ir al tajo, me pasé por el mecánico que me recomendó Manoj. Se llama Jamil, no habla inglés (para variar) y es bajito. Sus ropas supuran mugre y polvo, pero su sonrisa pícara seduce a cualquiera. Le dejé la moto y le expliqué como pude lo que quería que me arreglara. Le di la dirección de la oficina y al cabo de unas horas se presentó con la moto. Había arreglado el tubo de escape, pero a cambio me había quitado el único retrovisor que tenía. Le pregunté dónde estaba y, con una sonrisa marca de la casa y una encogida de hombros, me dio a entender que lo había vendido. No me enfadé, pues situaciones así se repiten a diario en este país, sino que le dije que al día siguiente (por hoy) volvería a su taller -que se reduce a una caja y herramientas tiradas en medio de la calle- para arreglar el cambio de marchas, poner una rueda delantera nueva y recuperar el retrovisor.
Hoy he vuelto a su taller, que está al lado de una gasolinera en Nizzamudin, pero un hombre que no sé exactamente qué hacía allí me dijo que Jamil estaba rezando, que volvería más tarde. Así que, le dejé una nota con lo que quería y cogí un autorickshaw para ir a trabajar.
A media tarde se han presentado con una sonrisa más exagerada aún, supongo que consciente de los billetes que me sacaría. He probado la moto (aún sin bautizar) y le he pagado los 10 euros que, tras cavilar un par de minutos y hacer cálculos con el móvil, me ha pedido.
Esperemos que el fin de semana me depare más novedades y experiencias. Y esperemos, sobre todo, que tarde en ver a Jamil.

Con R de Rutina

Durante esta semana he saboreado por primera vez la rutina. Los días han ido pasando; sin sobresaltos, sin grandes vivencias, y ni anécdotas. Por la mañana he seguido apagando las tres o cuatro alarmas del móvil y me he seguido levantando con el tiempo justo para llegar a la oficina. En el trabajo, he seguido haciendo notas, las menos relevantes, evidentemente. Y por las noches, he alternado alguna cerveza con gente diversa en diferentes bares, con alguna cena acompañado y otros días solo en casa, con mis películas como única distracción. He pasado miedo con Bardem en "No es país para viejos", y me he excitado con una versión porno de "Caótica Ana", de Medem, que me he descargado por error.
El hecho más noticiable de la semana ha sido, tal vez, mis visitas al mecánico. La verdad es que cuando me compré la moto ya sabía que no tardaría en visitar un médico para ella. Y así ha sido.
El miércoles por la noche, al salir de trabajar, se desajustó el tubo de escape. Aunque funcionaba correctamente (todo lo "correctamente" que se le puede exigir a una moto como esta), hacía un ruido demencial. Me acordé de los "cholos" que apuran a sus motos de 50 cc cuando llegan, siempre de noche, a comprar al Opencor que hay debajo de mi casa de Barcelona.
La mañana del jueves, antes de ir al tajo, me pasé por el mecánico que me recomendó Manoj. Se llama Jamil, no habla inglés (para variar) y es bajito. Sus ropas supuran mugre y polvo, pero su sonrisa pícara seduce a cualquiera. Le dejé la moto y le expliqué como pude lo que quería que me arreglara. Le di la dirección de la oficina y al cabo de unas horas se presentó con la moto. Había arreglado el tubo de escape, pero a cambio me había quitado el único retrovisor que tenía. Le pregunté dónde estaba y, con una sonrisa marca de la casa y una encogida de hombros, me dio a entender que lo había vendido. No me enfadé, pues situaciones así se repiten a diario en este país, sino que le dije que al día siguiente (por hoy) volvería a su taller -que se reduce a una caja y herramientas tiradas en medio de la calle- para arreglar el cambio de marchas, poner una rueda delantera nueva y recuperar el retrovisor.
Hoy he vuelto a su taller, que está al lado de una gasolinera en Nizzamudin, pero un hombre que no sé exactamente qué hacía allí me dijo que Jamil estaba rezando, que volvería más tarde. Así que, le dejé una nota con lo que quería y cogí un autorickshaw para ir a trabajar.
A media tarde se han presentado con una sonrisa más exagerada aún, supongo que consciente de los billetes que me sacaría. He probado la moto (aún sin bautizar) y le he pagado los 10 euros que, tras cavilar un par de minutos y hacer cálculos con el móvil, me ha pedido.
Esperemos que el fin de semana me depare más novedades y experiencias. Y esperemos, sobre todo, que tarde en ver a Jamil.

19 febrero 2008

Entre Ak-47 y Tomahawks

Hoy he tenido un día bélico. En el recinto ferial de Pragati Maidan, se clausuraba la feria de armamento DEFEXCO 2008, una muestra que ha contado con algunos expositores españoles (que si no recuerdo mal, se reducían a Indra y Navantia). Así que, he cogido un taxi y, cuál chico de los recados, me he acercado a ver de qué iba el tema. Al llegar, me ha resultado bastante difícil encontrar los stands que buscaba, porque el lugar es enorme, lleno de pabellones gigantes, y porque los 'maisanes' que trabajan allí no dominan el inglés.
Me he mezclado entre tanques, ametralladoras y helicópteros, y, finalmente, he encontrado el expositor de Indra. He llegado por los pelos, pues todo el mundo estaba recogiendo el material, pero aún he podido hacer una entrevista.
Al terminar, me he dirigido a Martin Lockheed, compañía que ha gozado de un espacio enorme y elegante. Allí, he entrevistado a Mr. Senke, un americano simpático y servicial.
Finalmente, me he paseado sin prisa por el recinto y he observado con detenimiento no sólo a varios grupos de militares indios con sus mejores galas que babeaban con las novedades armamentísticas, sino también a algunas familias con niños pequeños que se hacían fotos encima de misiles y minas antipersonas. Cuanto menos, curioso.
Al salir, he cogido un taxi. El chófer me ha puesto muy nervioso, ya que conducía con una mano mientras con la otra sostenía un cable de la radio y la sacaba por la ventana en busca de señal. Y es que, el partido de criquet que estaba jugando en ese momento la India contra Sri Lanka (país que está en guerra pero al que le sobra energías para competir en este deporte), era más importante que nuestra propia vida. Mi destino no ha sido la oficina, sino uno de los mejores hotes de la capital, el Taj Mahal. Allí he ido en busca de un par de grabadoras que han traído unos compañeros de Madrid que están de viaje por el país para hacer unos reportajes. En una habitación del sexto piso del lujoso hotel, he divisado por primera vez la ciudad. Ha sido todo un espectáculo ver en un mismo plano edificios altos, avenidas, campos de golf y parques rodeados de una neblina de contaminación. Aunque, en el fondo, era un paisaje hermoso.
Ya en Jor Bagh, he escrito la noticia, que finalmente se ha convertido en crónica, y después he llamado a Ruth. Habíamos quedado en ir al club de tenis a hacernos un masaje de aceite, bueno, mejor dicho, a que nos dieran uno de estos masajes tan sugerente, pero resulta que hoy, martes, cerraban. Así que, para no anular la cita (y sin ningún compromiso a la vista), me he acercado a su casa para cenar. Los embutidos ibéricos y el pan con tomate que hemos (he) degustado (engullido) me han sabido a gloria. Suerte que las próximas visitas me traerán mi ración de jabugo y chorizo.
Para los postres, nos hemos desplazado a un centro comercial que hay cerca de su casa, el Vasant Lok, y en un restaurante italiano hemos gozado con un coulant caliente acompañado de un helado de vainilla.
Con algún kilito de más (fui un iluso al pensar que me adelgazaría en este país), nos hemos ido a casa.
Y, como siempre, mientras escribo estas líneas a toda prisa, me están dando las tantas.

18 febrero 2008

Buscando la luz

Hay muchas cosas que me molestan de Nueva Delhi. Una de las que más es el horrible tráfico, que te puede dejar atrapado en una vía rápida sin salida. Una auténtica ratonera, incluso para las motos, puesto que aquí no existen los carriles y los coches bloquean todo el ancho de las calles. Es lo que me ha pasado esta tarde al volver a casa. Todo iba bien, con algún frenazo que otro y algún bocinazo de más, pero de repente, un coche averiado más un hombre que tiraba de un carro (algo habitual por estas calles) han coincidido en un mismo tramo y han bloqueado toda la avenida por la que ciruclaba. El resultado ha sido el de siempre: he tagado humo de coches, he gastado gasolina y he perdido tiempo.
Una vez en casa me he planteado qué hacer para cenar. En pocos segundos he llegado a la conclusión, una vez más, de que da mucha pereza cocinar para uno solo. Mucha más si, como es el caso, la nevera está medio vacía. Así que, he cogido de nuevo la moto y me he acercado a un "centro comercial" que hay cerca de mi casa, delante del hotel Crown Plaza. He notado como las miradas de toda persona que me cruzaba se clavaban en mi blanca piel, pero he hecho caso omiso. Debo ser el único occidental en varios kilómetros a la redonda.
He elegido un restaurante cochambroso pero auténtico, y he hecho el pedido a boleo. El camarero, sucio como el local, no sabía inglés, así que me he aventurado eligiendo diferentes platos. Por si acaso fallaba con la elección, he pedido también dal (que son lentejas) y nan (pan).
He cenado aceptablemente bien y por un euro exacto, aunque me empieza a cansar que mi nariz emane mocos cada vez que como platos indios. Me he levantado de mi sitio, puesto que el sitio no invitaba a sobremesa alguna, y me he dirigido a la moto. Por el camino he visto una especie de McDonald's indio, al que he entrado para comerme un cono de estos blancos, me apetecía algo de dulce tras la picante cena. Con la barriga llena y saboreando el helado, me he plantado delante de mi moto. Le he pagado las 7 rupias (12 céntimos de euro) al vigilante, que como de costumbre estaba sentado en mi scooty) y he puesto la llave en el contacto. En esas han aparecido un par de niños desaliñados, descalzos y risueños y se han parado delante de mí. No les iba a dar dinero, ya que no creo que sea lo conveniente, así que les he ofrecido el helado que me quedaba, y se lo han terminado de buena gana. Eso sí, no han articulado ni un gracias ni un adiós, como de costumbre.
A los pocos minutos de llegar a casa se ha ido la luz. Otra vez. Y justo cuando estaba a punto de ducharme. He encendido una vela y me la he llevado al baño. De las cortinas he colgado una linterna y, entre ambas luces, me he dado una ducha con cariz erótico. Me he puesto el pijama y la luz seguía sin aparecer. Mientras en mi apartamento no se oía un alma, el ruido de los generadores que algunos vecinos más preparados que yo tienen para tales ocasiones llegaba hasta mi habitación. Así que, me he puesto la linterna frontal y me he metido en la cama a leer un rato. Temeroso de acabar pronto las pilas, he dejado el libro y he dormitado un poco. Al cabo de una hora, cuando en esta latitud llegábamos a medianoche, varias luces se han encendido a la vez y me han despertado de un sueño cada vez más profundo. Vuelta a la normalidad.
Espero habituarme a estos pequeños (y no tan pequeños) inconvenientes, aunque para ello me tendré que armar de muchas velas, libros y paciencia.

16 febrero 2008

Momento mágico I

Estar en la taza del váter y que se vaya la luz.

Sangre de Toro en lugar de Ferreros Rocher

Escribo estas líneas en el ecuador del fin de semana, estirado en mi cama, aún sin hacer. Y lo hago porque, aunque espero vivir más experiencias entre hoy y mañana, no quiero olvidar lo que me ha pasado en las últimas 24 horas.
Ayer viernes me tocó, afortunadamente, ir a la Embajada de España a cubrir la presentación que la empresa española Indra hacía de su primera oficina en la India.
Aunque el acto empezaba oficialmente a las 19 horas, llegué unos cuantos minutos antes para hacer un 'approach'. En el enorme jardín, decorado para la ocasión y lleno de lucecitas blancas, varios operarios se apremiaban en colocar bien las sillas y el catering que servirían pocos minutos más tarde. Me presenté al primer grupo de hombres con corbata que parecían españoles y, acerté. Resultaron ser el director general de Indra y el responsable de defensa de la compañía. Mientras los invitados (altos funcionarios de defensa, empresarios, inversores etc) iban llegando, me senté con los directivos en el porche de la casa para mantener una conversación y sacar algo de información pues, como sucede a menudo en esta profesión, fui sin tener gran idea de la noticia que estaba crubriendo. La conversación fue distendida, y lo agradecí. Me dieron la información que necesitaba y detalles de los proyectos para la Índia. Hasta me quisieron colocar el titular de la noticia. En los gemelos dorados y los ostentosos relojes que llevaban se reflejaban las luces que se iban enciendo en el jardín. Tras la entrevista, charlamos un rato más, esta vez 'off the record', y me dieron sus targetas (yo, como buen becario que soy, no tengo aún tarjeta que intercambiar). Nos despedimos con un 'hasta luego', puesto que les prometí volver para charlar con ellos cuando saliera de la oficina. Al salir de la embajada me crucé con lujosos coches y elegantes invitados que iban llegando a la recepción.
Dos horas más, tarde volví a entrar por la misma puerta, esta vez acompañado de Agus. Muchos invitados ya se habían ido, pero aún quedaban unos pocos que charlaban en el jardín con la clásica copa en mano. Corbatas, joyas y dientes blancos fueron la tónica de la velada.
Antes de saludar al grupo de españoles que también estaba presente, me fui directo a la comida. En una gran mesa alargada se suceían bandejas llenas de comida caliente, dulces, panes y bebidas. Comí hasta la saciedad. Aproveché la calidad de los alimentos que había para comer, por primera vez desde que esoty aquí, pescado. El pobre chico que lo servía alucinó con los cuatro viajes que hice a su puesto.
Otro alimento que echo mucho de menos aquí es el vino. Por suerte, había barra libre también del líquido de Bacus y, aunque era Sangre de Toro, lo bebí como un alcohólico con síndrome de abstinencia y lo desgusté como si un Petrus se tratara. La guinda final fueron unos profiteroles y un brownie con helado y chocolate fundido por encima.
Con la barriga -que aún conservo- llena y varias copas en la cabeza, empecé a hablar con los españoles. Estaban Ricardo, Luís, Jesús, Ruth y otros que conocí en ese momento: Mar, Noelia, Tito y otro Luís. Salté de conversación en conversación, alucinando con los abstractos temas que se trataban. Reímos con Ion, y decubrí la parte humana que se esconde tras la diplomacia. La verdad es que me sentí muy pequeño a su lado, y disfruté con cada palabra que salió de su boca.
Pasadas unas horas, y cuando sólo quedaba el clan de los expatriados, cogimos los bártulos y nos fuimos a una discoteca de un hotel cercano. Entramos gratis porque el dueño había estado en la presentación y nos invitó a que pasarmos por allí. Pero como el ambiente estaba un poco muerto, nos cambiamos a la discoteca de otro hotel, el Ashock. Tomamos una copa más, la última para mí, y cuando empezaron a fallarme las fuerzas, me retiré a mi morada.
En la calle hacía frío, pero fue un placer conducir la moto por las calles vacías de la ciudad. En apenas 15 minutos estaba abriendo la puerta de mi casa y cinco minutos más tarde yacía medio muerto dentro de la cama.
Esta mañana me he levantado pasada la una. Me he vestido rápido y he ido al Lodi Garden, un parque cerca de mi trabajo, donde Gabi, una periodista mexicana, ha organizado un pic-nic con varios amigos suyos. De camino, he pasado por el sastre a recoger mis tejanos. Los había llevado porque el clásico agujero que se me hace en la entrepierta, debido a mi ámplia musculatura en los glúteos, se había hecho demasiado grande. Por suerte, apenas me han cobrado un euro.
En la hierba del Lodi Garden había un grupo de unas veinte personas: indios de clase alta, intelectuales, y europeos que trabajan en diferenes empresas en Delhi. Pese a que he conocido gente maja, en un par de horas me he vuelto a casa. Estaba cansado y quería reposar antes de salir esta noche.
Ahora, estirado en la cama, publico este post. Mañana, seguramente, renovaré la bitácora, siempre y cuando me pase algo interesante entre lo que queda del día y mañana. Así que, crucemos los dedos.

Por cierto, fotos nuevas en "mis fotos indias".

14 febrero 2008

Con el pie izquierdo

Así he empezado la jornada de hoy. Esta mañana, casi mediodía, he apagado todas las alarmas y notas de aviso del móvil, y me he levantado mucho más tarde de lo que quería, así que no he podido ir a comprar fruta ni otras cosas para la casa antes de ir a la oficina. Luego, ya en la moto y en el caótico semáforo que regula el tráfico de la avenida Mathura, y estando yo parado, un camión cisterna a pasado tan cerca de mí que me ha atropellado el pie izquierdo. Por suerte no lo ha pillado de lleno, sólo el exterior, y no me he quedado cojo.
En el trabajo, he llamado unas cinco veces al Ministerio de Medio Ambiente para poder entrevistar al responsable de un censo de tigres en la India que ha levantado mucha polémica, pero sólo me han dado largas.
Por suerte, las cosas se han ido enderezando.
He salido un poco antes del trabajo y me he acercado al India International Centre, donde proyectaban la película "Todo sobre mi madre", organizado por la embajada de España. Creo que me he emocionado viendo una panorámica de Barcelona, los taxis amarillos y negros, y la plaza Duc de Medinacel·li, por la que he pasado cada día durante dos años para ir a la universidad. Después del film, al que a parte de indios han acudido expatriados españoles, me he ido a cenar con algunos becarios del ICEX a un buen restaurante de Khan Market. El risotto con queso que he pedido le ha ido a mi estómago como agua de mayo. Tras la copiosa cena, un brownie con chocolate fundido y una bola de helado de vainilla en un local bastante chic, también en Khan Market, han puesto la guinda final.
Y ahora, pasada la medianoche, en casa. Duchado, cerca del radiador y solo. Como siempre. Una película y un poco de skype (si no se me va la conexión) ayudarán a enderezar este día que había empezado mal pero que ha acabado mejor.

13 febrero 2008

Adquiriendo una rutina

Hoy he decidido actualizar el blog. Llevo unos días sin hacerlo, pero es que tampoco he hecho nada remarcable ni he visto cosas que me sorprendan tanto como para comentarlas. Aún así, me he mantenido activo. De hecho, en esta semana estoy adquiriendo una rutina que tardaba en llegar.
Los últimos tres días he quedado con Ricardo, el chico catalán que trabaja para una empresa suiza, ya fuese para comer o cenar. Ayer fue para comer, y nos decantamos, una vez más, por el pijo Khan Market. Allí elegimos un restaurante bastante bueno -y caro- que tenía terraza. El sol, durante las primeras horas de la tarde, empieza a notarse, pero aún así estas semanas el clima es ideal. Pese a ello, en casa sigo encendiendo el mini-viejo calentador que me dejó Uma y me sigo poniendo los calcetines gruesos que me regaló mi amiga Font (m'has salvat els peus!).
Por la noche, después de la ofi, volví a casa y tras el ritual de rigor (encender portátil, ducharme, ponerme el pijama) vi una peli en la cama: La caja Kovac. Me gustó. Tal vez porque la comparé con la peli de bollywood del sábado. Además, el hecho de estar rodada en una preciosa Mallorca que me trae buenos recuerdos ayudó a sentirme un poco más cerca de casa. Tras el film, me quedé roque.
La mañana de hoy la he pasado entera en el Ministerio de Extranjería, al que he acudido para extender mi visado -acababa el 3 de marzo. Después de hacer varias colas, rellenar formularios (en los que me preguntaban el nombre de mi padre o el de mi esposo en caso de ser mujer) y aguantar de pie en una sala abarrotada por sijs, mongoles, africanos, árabes y occidentales, he abonado las 3.000 rupias correspondientes. Aunque me ha tranquilizado ver como sellaban mi pasaporte (ahora ya puedo entrar y salir del país), me ha disgustado comprobar que me lo han extendido sólo hasta el 3 de diciembre. Tal vez tenga que renovarlo una vez más para tres semanas...
Por la noche he vuelto a quedar con Ricardo. Primero hemos ido a su casa para que se cambiara de ropa, y ¡qué casa! El muy suertudo vive en un piso moderno, bien decorado, con sofás, televisor...me ha deprimido un poco pensar en mi frío y vacío piso. Tras copiarme un par de pelis que tenía en su portátil nos hemos ido a South Extension, un barrio que queda de camino a mi casa y en el que hay bares y restaurantes. En uno de ellos, el Morrison, hemos comido unas quesadillas (ir a la India para acabar cenando comida mexicana tiene delito) y unas patatas fritas. Pero pasadas las doce ya andábamos un poco cansados, asín que nos hemos ido cada uno a su casa. Con la moto, de noche, y aunque sea una tartana, he tardado apenas 10 minutos en llegar a mi apartamento.
Una vez en el A-121 de New Friends Colony, el ritual de siempre. Y ahora, cuando se me tira la madrugada encima otra vez, a dormir.

10 febrero 2008

Bollywood, pachanga y bodorrio*

*Estos son los titulares para este fin de semana. Vayamos por partes.

El sábado me levanté tarde. Nunca he sido de madrugar, y aquí, en Delhi, no voy a cambiar esta sana costumbre. Me desperté sobre las 7 para despedir a Pau, que se iba a Bombay para coger el avión a Sydney, pero volví cual zombie a mi super cama para seguir con mi REM. Pasadas las doce empecé a abrir los ojos. La luz naranja que entra por mi ventana y los gritos de los jugadores de cricket que ocupan cada fin de semana el patio que hay al lado de mi casa ayudaron a tal menester. Después, estuve leyendo un poco, viendo algún capítulo de Padre de Familia y dormitando. Todo, en la cama. Sobre las 17 horas decidí llamar a algunos españoles para ir a tomar algo y, al menos, salir de casa. Muchos no me cogieron la llamadas (verídico) y los que lo hicieron me mandaron a paseo. Con mucha educación, eso si. Supongo que ya tendrán tiempo de cogerme "cariño" y no verme como el huérfano que ahora soy. A todo esto, ya eran las 18h y seguía sin plan. Empezaba a oscurecer, así que me vestí velozmente y cogí la moto. Destino: Lajpat Nagar. Allí el bullicio era total. Gente de compras, vendedores ambulantes, coches en contra dirección, luces de neón, baches y perros...Lajpat Nagar es un barrio que lleno de vida y al que recomiendo visitar, aunque no un sábado por la tarde. Delante de la calle principal hay un centro comercial bastante pequeño pero moderno y como tiene una sala de cine me decidí a entrar.
Desde ayer ya puedo decir que he visto una película de Bollywood, ¡y en hindi!. Bueno, el idioma es lo de menos, porque gracias al bajo nivel del guión se entiende todo. Me hizo gracia como la gente aplaudía y se reía por cualquier broma. Como experiencia, no obstante, estuvo muy bien. Además, mi alto poder adquisitivo aquí me permitió comprar palomitas y una bebida grande, algo impensable en España.
Tras el cine volví a casa, algo más animado, y vi otra peli. Esta vez con buen guión y en el portátil.
Hoy, domingo, ha sido totalmente diferente. De hecho, he salido de casa a mediodía y no he vuelto hasta bien entrada la noche.
Por la mañana he ido a jugar un partido de fútbol con unos españoles a un campo algo lejos de mi casa. Más que campo de fútbol era un campo de patatas: con subidas, bajadas y baches. Eso sí, hemos contado con árbitro e línieres totalmente equipados. Todo muy profesional pese a la precariedad del entorno. En el equipo, a parte de españoles, había americanos y algún indio, mientras el equipo rival era 100% producción nacional: bajitos, morenos, delgados y correcaminos.
Los muy cabrones nos han ganado 2-0. Yo he jugado un partido pésimo. Un año sin deporte ha pasado factura. Me faltaba el aire, el campo se hacía grande a medida que pasaban los minutos, el sol era implacable y los rivales salían de mil lados. Saltaban, hacían faltas y cuando les pegabas una buena hostia no se quejaban. La verdad es que he repartido algún palo y me he quedado a gusto. Esta ha sido mi primitiva manera de resarcirme de la derrota. Al final del partido me he jodido un poco la pierna (un estirón, poca cosa) y he acabado suplicando aire como lo haría un fumador empedernido tras subir el Everest.
Tras el pitido final, el grupito de españoles nos hemos ido a comer a un griego muy elegante en el que nos han sablado: 12 euros por persona. Eso, aquí, es mucha pasta. Me lo he pasado casi mejor persiguiendo las motos de mis colegas por las calles de Delhi y saltándonos cualquier norma establecida (como hace todo hijo de vecino aquí) que en el partido. La verdad es que, ser una ciudad sin ley, a veces, tiene su encanto.
Por la tarde he venido a casa para ducharme y he salido pitando a una boda. El chofer de Efe, que despidieron la semana pasada, se casaba hoy. Shiw, que así se llama, debe tener unos 25 años, es bajito y morenito; indio, vaya. Es un poco holgazán, pero parece un buen tipo.
Al tema. Al llegar al restaurante (se han casado por la mañana y a lo que he asistido es sólo la celebración), que se llamaba La Lagoona, me esperaba Shilpi. Hemos entrado y saludado a los padres del novio. Les hemos agradecido la invitación y nos hemos mezclado entre los invitados. He acosado a todo camarero que portara una bandeja con comida y he hecho algunas fotos, sobretodo de la gente que bailaba enloquecida música india mezclada con reaggeton (ha sonado la canción de "dame más gasolina", inexplicable). Luego, ha llegado el embajador de España, Ion de la Riva, (porque el padre de Shiw trabaja en la embajada), y la madre nos ha hecho subir al piso de arriba, donde estaban preparando los platos para cenar. El salón estaba desértico, pero en unas mesas algo apartadas habían españoles compañeros de la embajada. Los padres del novio nos han dado en todo momento trato VIP, y eso nos ha permitido comer antes que nadie (aunque luego, cuando han subido los demás invitados, he repetido varias veces más). Para ser sincero, no me siento muy a gusto en el papel de VIP europeo, aunque en muchos actos y restaurantes te lo otorguen sin opción; siempre me he considerado del pueblo, casta baja.
Poco a poco han empezado a subir más invitados -habría centenares en todo el complejo- mientras otros seguían bailando en la disco. Yo, por mi cuenta, me he ido hinchando a base de comer platos variados. Los viajes al bufet se han sucedido tantas veces que me he llegado a sentir culpable, pero... "hemos venido a jugar", ¿no?
Sobre las 22 horas nos hemos despedido de los novios (a los que hemos dado un sobre con dinero a modo de regalo), de los padres y demás invitados, y hemos tomado rumbo a casa. Shilpi, que había venido con un taxista privado, me ha dejado delante de mi casa, un gesto que mi barriga llena, mi pierna dolorida y yo hemos agradecido.
Luego, lo de siempre. Ducha, pijama e internet. Y ahora, a dormir, que mañana es lunes.

Pd. Las fotos, como siempre, en el link "mis fotos indias".

08 febrero 2008

Los Ferrero...a la vuelta de la esquina

Esta tarde he ido con mi compañera Marta a una charla informal de periodistas españoles con la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona, que está en la ciudad para asistir a una cumbre sobre desarrollo sostenible. El acto, que ha tenido lugar en la residencia del embajador en la India, Ion de la Riva, ha transcurrido en una bonita sala con una mesa central (en la que había café para todos, como tras la Constitución, y galletas), que separaba la diplomacia del periodismo. El edificio donde vive el embajador es anexo a la embajada y está en un elegante barrio bastante cerca de mi oficina.
En la comitiva inquisidora había un periodista de El Mundo, una de El Periódico, una mexicana que trabaja para El País, uno de La Vanguardia, Marta y yo. Esta vez he ido más como acompañante que de periodista, porque aunque he apuntado lo que se comentaba, mi única misión ha sido hacer unas fotos a la ministra mientras departía con nosotros.
El ambiente ha sido muy relajado. Las tazas y los platitos para el café tenían el escudo de España, y el servicio -indio- llevaba la bandera española en los hombros, a modo de galones. La verdad es que no les quedaba del todo bien, ya que todo el traje era blanco inmaculado. Por lo que he podido constatar una vez más, aquí los locales que te tratan como Sir acostumbran a ser demasiado pesados. Esta vez, por ejemplo, me han querido rellenar la taza de café unas cuatro veces.
La casa en la que vive de la riva tiene un recibidor mal resuelto, pero una vez en el salón de recepción todo son lujos. En cada espacio hay sofás, cuadros y muchas fotografías en las que aparecen los Reyes, Moratinos y hasta Zp. La sala donde hemos tenido el encuentro daba al jardín, que estaba cuidado hasta el más mínimo detalle. También he podido ver al fondo una piscina que debe hacer las delicias de esta gente en verano. Para ser sinceros, esta residencia es un oasis en medio del caos que representa Delhi.
Pero lo más importante del día de hoy para mí no ha sido charlar con una ministra que a la hora ya no se acordaría de mi nombre, sino el intercambio de teléfonos que he tenido con los demás compañeros. Me consta que son buena gente y, por suerte, no viven muy lejos de mi casa. Así que, a partir de mañana (que se va Pau y volveré a la soledad), usaré un poco más el móvil con el que les mandaré SOS.

07 febrero 2008

Té, carrom y Narbona

El cambio de la moto cada vez va peor. A veces, se separa el manguito y se pueden entrever los hilos que hay dentro. Entonces le pego unos golpecitos en el lateral y se vuelve a poner a sitio. Aún así, es una gozada ir por la ciudad en moto, adelantando a los autorickshaws y esquivando a las bicicletas.
Por fin he cobrado, lo he podido comprobar esta tarde en el cajero del Citibank que hay en Khan Market. He ido para sacar dinero (un buen fajo) y pagar unos billetes de avión para Goa. Me apetece ir cuatro días a una playa solitaria a descansar del bullicio, aunque para este oasis tendré que esperar tres semanas.
Esta noche hemos vuelto a cenar (Pau, Clara, Mar y yo) en un restaurante tan cutre como barato y gustoso que hay a diez minutos de mi casa. El trayecto se reduce a cinco si tomas un rickshaw y el tipo tiene buenas piernas. Después de la cena hemos vuelto a mi casa ya que a las chicas les esperaba un taxi. Ahora mismo deben estar volando hacia Bangkok. Espero que les vaya bien la vuelta al mundo que acaban de empezar. Pau, en cambio, se va a Bombay el sábado por la mañana, y el martes ya estará en Australia. A veces me da envidia sana pensar que mientras él vuelva al mundo seguro y limpio, yo aún estaré comiendo polvo y viajando en trenes con ratas. Aunque, pensándolo bien, el primer mundo puede esperar.
Una vez nos hemos quedado solos, hemos preparado té y hemos jugado al carrom. Antes, sin embargo, me ha hecho un par de fotos pseudo-eróticas con un fajo de billetes que tengo guardados entres los calzoncillos y que voy cogiendo para el uso diario. La foto, para los más atrevidos, está colgada en el link.
Tras las fotos, el juego y el té, nos hemos metido en la cama -cada uno en su lado- y a leer.
Mañana será otro día, y esta vez lo será con Narbona, que está de visita.
Bona nit.

Pd. Sílvia, t'ha arribat l'sms d'aquest matí? Espero que sí. Si no, felicitats!

06 febrero 2008

Blanco

Aunque me pongo el despertador un poco antes de las diez para abrir la puerta a Radu y aprovechar el día, casi siempre, y hoy no ha sido una excepción, tal como la saludo me vuelvo a la cama hasta pasadas las doce. Las conversaciones por skype todas las noches no ayudan a que regularice mi horario aquí, aunque, de momento, las necesito.
Hoy he vuelto a la Feria del Libro de Nueva Delhi. En esta ocasión para fotografiar a un sinfín de médiums i videntes que, en medio del pabellón que ocupa Rusia, el país invitado en esta edición, hacen negocio a base de timar al personal. Pero por lo que he visto -y fotografiado- a esta gente le va el rollo. De hecho, lo que me ha sorprendido más (a parte de que haya videntes en una feria de libros), ha sido un par de expositores en los que había unos pequeños cubículos para "conseguir energía positiva y desahcerte de las malas vibraciones". Y por lo que he podido ver, es todo un éxito. Tras hablar un rato con uno de los responsables, que por cierto tenía muchas ganas de endosarme uno de esos chismes, he descubierto que valen la friolera de 25.000 rupias, o lo que es lo mismo, más de 400 euros. Estoy pensando seriamente dejar la beca y empezar a construir con cuatro plásticos estos habitáculos.
Una vez he finalizado el trabajo y cansado de timadores he llamado a Ricardo, un tipo muy majo de Barcelona que lleva unos 5 meses en Delhi. Ricardo trabaja en una empresa suiza de compraventa de materias primas (cinc, plomo y esas cosas) y tras estar destinado un año en Perú y antes en Suiza ahora le ha tocado India.
La conversación que hemos tenido hoy mientras comíamos me ha ayudado mucho ya que él también andaba un poco desubicado las primeras semanas, aunque nadie lo diría al ver cómo se mueve ahora por la ciudad.
Me ha llevado a comer a un restaurante superpijo en Khan Market. Se llama 'Blanco', y, a parte de portero, trato exquisito y profesionalidad (aquí no tienen ni idea de hostelería), la calidad de la comida es alta. Además, el diseño del lugar y la terracita en la que hemos comido también han resultado un estimulante positivo, aunque todos estos elementos se han notado en la cuenta, ya que hemos salido a unos 10 euros por cabeza. Pero, mientras él, trajeado e impecable, me hablaba sobre transacciones millonarias y contratos de altos vuelos (no es nada fardón, que conste), he pensado que seguro que volveré a este lugar. Después hemos vuelto a nuestras respectivas oficinas, que se encuentran en la misma calle de Jor Bagh, y hemos acordado en llamarnos esta semana.
Al salir del trabajo, sobre las 22h, he ido directamente a casa, desde donde escribo ahora mismo mientras espero a que lleguen Pau y compañía de Agra, aunque antes he parado -y descubierto- en un supermercado que tiene de todo y está cerquísima de mi casa. En este súper he podido comprar un poco de todo para el hogar: papel de váter (que aquí es un lujo), pasta, coca-cola y hasta Oreo's!! El trato, además, ha sido exquisito, y en los apenas 10 minutos que he estado comprando me han dicho unas 20 veces Sir. Encima, uno de los dependientes ha insistido en llevarme la cesta de la compra mientras ojeaba las estanterías, a lo que, evidentemente, me he negado. Con esta variedad de productos y trato creo que han ganado un nuevo cliente.
Y ahora, en casa, estirado en la cama y con Amy Winehouse de fondo, estoy francamente bien. Aunque, los baches, acechen a la vuelta de la esquina.

05 febrero 2008

Entre libros paso el día

Hoy he sido un poco más periodista. Me he levantado tarde, esclavo de skype la madrugada de ayer, me he vestido rápido y he salido escopeteado, a lomos de mi super moto, a Prgati Maidan, el recinto ferial de Nueva Delhi. El objetivo era cubrir la 18ª Feria del Libro de Nueva Delhi. El lugar es gigante, y paseando entre expositores, me pareció estar en el primer mundo. Libros, libros y más libros.
Mucha gente rubia en el hall 7. Y es que este año, Rusia es el país invitado. He hecho algunas fotos y entrevistas, aunque mañana volveré para hacer más y pulir el texto que ya tengo perfilado. A ver si compro algún libro de Tagore o sobre Nehru.
También he podido conocer un par de españolas que trabajan en el Instituto Cervantes de aquí, y que llevan la friolera de 7 y 4 años residiento en Delhi. Me merecen toda la admiración del mundo.
Después de deambular un poco los stands internacionales, he vuelto al parking (un descampado polvoriento) y he intentado arrancar la moto. El secreto para encenderla, tal y como me explicó un indio la semana pasada que me las vio pasar canutas, es inclinarla hacia ambos lados (hasta que toque casi el suelo) para que la gasolina vuelva al motor. Si no se hace esto, no hay quien la encienda.
Una salida al día para cubrir algún acto me aporta energía y felicidad. Me mantiene la cabeza ocupada y también me hace sentir un poco más útil, que no es difícil. Ayer, aunque piqué pocas notas, una de ellas fue publicada -intacta- en muchos periódicos españoles. Es el caso de la tenista india Sania Marzia, que se niega a jugar en el Abierto de Bangalore para no levantar polémicas con los musulmanes conservadores indios. Y cuando esto sucede, a uno le entra una sonrisa complaciente.
A ver si quedo con alguien para tomar una cerveza. Si no, una peli y a dormir, que mañana será otro día.

Anotación segunda

Los sijs moteros no pueden llevar casco.

04 febrero 2008

Benarés-Vanarasi

Esta ciudad con doble nombre, el primero se lo pusieron los británicos y el segundo los indios, es la ciudad santa de los hindúes además de ser visita obligada para cualquier turista que viaje a la India. Se encuentra a las orillas del Ganges, a 1200 kilómetros de Nueva Delhi, y en el año 2005 tenía una población estimada de unos 2 millones de habitantes (aunque no sé como se atreven a dar censos en este país). Benarés ha sido mi primer viaje fuera de la capital, y ha resultado ser un estímulo para que haga otros muchos.
El viernes pasado me pasaron a buscar Pau, su novia y la hermana de ésta por el trabajo sobre las 20 horas. Allí cogimos un taxi y en menos de una hora nos plantamos en la estación de ferrocarriles de Nueva Delhi (que no es la única).
Delante del imponente y feo edificio gris, estaban aparacados decenas, por no decir centenares, de taxis y autorickshaws que esperaban clientes. Aún no habíamos pagado al taxista cuando varios deambulantes ya nos ofreceían ayuda para encontrar el andén de nuestro tren. Muy gentil la gente de Delhi.
Dentro del edificio, el trajín era constante. Gente con grandes maletas, bolsas de plástico y mantas enrolladas caminaban de un lado para otro. Decenas de personas, en cambio, aguardaban a que llegara su tren estiradas en el suelo con varias mantas que les cubrían el cuerpo entero. Mientras comíamos un tentempié antes de que saliera nuestro tren, vi como ratas de tamaño considerable campaban a sus anchas por los andenes, y no sólo por las vías.
A los pocos minutos anuncieron nuestro tren en la vía 8. Allí estaba estacionado un gusano metálico larguísimo, no muy viejo pero cutre de cojones. Las ventanas tenían rejas, y la gente que ya se amontonaba dentro de los vagones como animales. En el nuestro, cada uno de nosotros ocupó la "cama" que le había tocado y, tras unos minutos de conversación, nos metimos dentro de nuestros respectivos sacos para dormir. Aunque lo intentamos, una legión de vendedores ambualntes que pasaban sin cesar por los estrechos pasillos ofreciendo a gritos "chai" (té), comidas varias o refrescos, nos impidió conciliar el sueño hasta pasada una hora larga. Con el vagón más calmado y con el traca tra del tren de fondo, pude cerrar por fin los ojos. La sinfonía de ronquidos que venían de otros compartimentos fue el último obstáculo para llegar a la fase r.e.m.
Tras más de doce horas de viaje llegamos a una no menos bulliciosa Benarés. Allí, más taxistas con el símbolo del dólar en los ojos nos esperaban. Llegamos al hostal a los pocos minutos, aunque por el camino por poco no atropellamos (nosotros no, sino el taxista) a varias vacas, cabras, perros, personas y rickshaws. De todo un poco.
Nuestro hostal, el Ganpati Guest, estaba pegado al Meer Ghat, una buena zona para visitar la ciudad. Los ghat son las escaleras que dan al Ganges y en las que miles de personas se bañan cada día, se "purifican", lavan la ropa, juegan, etc.
Después de instalarnos en dos habitaciones salimos a dar una vuelta. Nos bastaron diez metros para comprobar que no nos iban a dejar en paz en todo el fin de semana, ya que mucha gente por la calle nos ofrecía paseos en barca (eran unas canoas cochambrosas), masajes en la misma acera, hachís y mil servicios más por los que no pagaría ni una rupia. Durante el paseo vimos como una procesión de unas quince personas, algunas de ellas tocando tambores y flautas, llevaban el cuerpo sin vida de un mono al río. El pobre animal tenía la cara desfigurada, posiblemente debido a un atropello, y aquella gente, que por supuesto no era familia, lo tiró al agua desde una barca. Eso sí, después de honrarle con una cermonia digna de un jefe de estado.
Conocimos a un catalán que estaba visitando la India solo por segunda vez, y nos llevó a tomar un chai a un puesto callejero en un ghat bastante lejos de nuestro hostal. El "bar", consistía en un par de ollas encima de unos fogones portátiles, unos cuantos vasos y un toldo de tela (colgaré la foto en "mis fotos indias"). Le plantamos cara a la situación y nos atrevimos a beber ese té compuesto sólo de leche acompañado de especias y gengibre. Pasará a los anales de mi memoria ver como hablaba con nosotros mientras con las dos manos pelaba unas raices y se tocaba los pies negros descalzos a la vez. Los presentes sabíamos que este buen hombre lavaba los utensilios y los vasos con el agua del Ganges, una agua que, según Lonely Planet, contiene 1.500.000 particulas fecales cuando lo máximo recomendado para el baño es de sólo 500. Pero aún así, engullimos la bebida.
Tras la proeza seguimos con el paseo y nos metimos en el restaurante de un hotel, el Haifa, a comer.
Por la tarde cogimos un par de rickshaws para ir a visitar el Templo de los Monos. En la entrada te cachean y te obligan a dejar todas las bolsas en unas taquillas. Dentro, te tienes que descalzar para pasear entre perros, monos y fervientes seguidores de un Dios concreto cuyo nombre no recuerdo. Es curioso ver como los devotos, muy devotos aquí, hacen cola para ofrecer al Dios dulces, dinero y flores. Mientras andan, rezan o esperan, cantan diferentes versos, y de vez en cuando pegan un grito todos juntos. La verdad es que, como ateo convencido que soy, me dió un poco de yuyu tanta ceremonia y tanta devoción. Sin duda, me quedo con las misas católicas vacías de España; al menos allí no hay monos que te salten a la cabeza ni moñigas de vacas que puedas pisar descalzo.
El domingo por la mañana nos despertamos temprano para ver salir el sol, pero una densa niebla, junto con el humo que desprenden sin parar los crematorios de la ciudad, impidieron que las vistas que teníamos de los ghats desde la terraza del hostal fuera nítida. Aún así, bajamos a dar una vuelta por la calle y nos acercamos a ver uno de los crematorios. En estos sitios no se pueden hacer fotos, aunque te invitan que te acerques hasta escasos metros donde en una pila de madera los intocables están quemando un cadáver. Según cuentan aquí los falsos guías, en los crematorios de Benarés se incineran unas 300 personas al día, aunque, sinceramente, la cifra me parece un poco abultada. Para los hinúes, aquél que muere en Benarés consigue la 'moksha' (liberación), y por eso muchos viejetes vienen a esta ciudad a expirar sus últimas bocanadas. Es todo un espectáculo ver varias pilas de madera ardiendo a la vez, y sorprende aún más contemplar cómo decenas de hindios se acercan al crematorio para charlar de sus cosas, como si fueran al fútbol.
El show nos abrió el apetito, y tras un paseo por la calle comercial de la ciudad (que parece la calle Pelayo o Preciados), nos metimos en un apacible patio interior para comer en una terraza. Aunque lleve un mes aquí y vea a decenas de personas cada día sacarse los mocos, escupir, mear o tirarse pedos sin pudor, me sorprendió que un camarero del restaurante se tirara un sonoro eructo a escasos metros de nosotros.
Al anochecer (aquí oscurece sobre las seis), cogimos un barquito que da vueltas por el Ganges y vimos desde el agua el mismo crematorio y un espectáculo que hacen cada tarde unos bramanes con fuego y flores en la riba del río. El show es una tomadura de pelo, y creo que lo hacen más para los guiris, que se amontonan en varias barquitas, que para la población local. El crematiorio desde el agua, en cambio, impresiona mucho más. Sobretodo si es de noche y el gondolero (por así decirlo) tiene los huevos de acecarte hasta el margen del río, donde tiran las cenizas de los cuerpos carbonizados.
Me sorprendió también que en esta ciudad tan sucia, caótica, mística y gris, viera a un montón de turistas japonenses, muchos de los cuales llevaban una mascarilla de cirujano que les cubría la boca y la nariz para evitar los hedores.
El domingo por la noche, sobre las 23 horas, cuando las calles de la ciudad estaban completamente vacías, y en las aceras sólo se amontonaban mendigos, dejé a mis amigos en el hostal para coger un rickshaw y acercarme hasta la estación de trenes. El conductor temerario, amaparado por la oscuridad, me llevó en menos de diez minutos a la Varanasi Junction Station, la principal estación de la ciudad.
En el suelo del vestíbulo principal se amontonaban decenas de mantas de mil colores, como en Delhi, y debajo de cada manta se acurrucaba una persona o una familia entera. En los andenes dormitaban más viajeros, cansados antes de emprender el viaje. Las ratas campaban por doquier, y unos monos hacían travesuras robaban parte del equipaje a una pareja que esperaba su tren.
El mío llegó con retraso, pero una vez dentro del vagón, le pedí al hombre que ocupaba mi cama que se largara a otra parte y me acurruqué dentro de mi saco, usando la mochila como cojín y con las pertenencias bien agarradas. Tras 15 horas de viaje, pues se fueron acumulando retrasos, llegué a Delhi. Cansado y sucio he ido al trabajo y ahora, cuando aquí son la 1:45 de la madrugada cuelgo este post. Las fotos de viaje en el link, como siempre.